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José María Asencio

Vuelva usted mañana

José María Asencio Mellado

El carnaval y la evolución de la especie

La exhibición soez en el Carnaval de Tenerife del espectáculo de drag queens o el pregón de carnaval de Carlos Santiago en Compostela, ofendiendo con intención de hacerlo a los cristianos y sus convicciones más profundas, merece alguna reflexión que ponga en relación hechos de esta naturaleza con esa etapa de desmemoria histórica que irreflexivamente se ha abierto.

Los que consideran que el anticlericalismo primitivo es sinónimo de progresismo y se ufanan de atentar contra los sentimientos religiosos de los demás, merecen el reproche más severo. Más les valdría recordar o aprender el sentido cierto de sus actos, su complicidad con hechos pasados miserables y la similitud, aunque en estado embrionario, con aquéllos, que sin pudor alguno ensalzan y glorifican.

De todos es sabido o debería serlo, aunque no merezca atención para quienes defienden una memoria histórica tan deformada y parcial, que el régimen republicano español protagonizó una de las represiones más duras de la historia contra el cristianismo, un auténtico genocidio que se manifestó en casi ocho mil asesinados, más del diez por ciento del clero, en poco más de dos meses del año 1936, sin contar con los laicos fusilados por sus creencias. Ciudades como Madrid acabaron con el treinta por ciento del clero, muchos en todo caso. Y, festivamente, se profanaron cadáveres de monjas que se exhibían con la misma satisfacción primaria con que ahora se injuria.

No se entiende que quienes ensalzan la II República no solo no pidan perdón por aquellas matanzas, sino que incluso se atrevan a reivindicar la heroicidad de las mismas e impudorosamente adviertan del anhelo de repetirlas. Ahí está Rita Maestre, recompensada con una concejalía tras su ejemplar «arderéis como en el treinta y seis».

Los que se disfrazan de drag queens se han ganado el derecho a ser despreciados por quien se sienta ofendido gratuitamente, dada la falta de estética y zafiedad de sus representaciones. Las alusiones a las relaciones íntimas entre la Virgen y el apóstol, que bien podría aplicarlas el pregonero compostelano a sus más cercanos familiares, dicho esto también con ánimo festivo, sobrepasan las líneas del humor, para entrar de lleno en la injuria. Su escasa creatividad muestra cierta perversión mental cuyo origen es ignoto y que no voy a situar en lugar alguno de sus propias experiencias, manifiestamente poco gratificantes por lo que expone.

El laicismo mal entendido esconde el ánimo de erradicar los sentimientos religiosos de cada cual, legítimos y merecedores de respeto y protección. Los auténticos ateos o agnósticos, aquellos que conocen la duda, que a todos nos alcanza, saben que la razón y la fe no son incompatibles y comparten con los creyentes esa parte de incerteza que lleva a relativizar las posiciones. A respetar, pues.

Pero, junto a ellos, en este ámbito de la fe, se hallan aquellos que se atribuyen méritos de los que carecen y que acusan a los creyentes de irracionales e incapaces de hilvanar una reflexión seria. Son estos últimos los que practican una suerte de cristianofobia e insultan a esa gran mayoría de intelectuales, científicos, galardonados en todas las ramas del saber, que profesaban la fe católica o cualquier otra cristiana. Estos bobos críticos de la sinrazón no han alcanzado la evolución que les distancie de sus ancestros simiescos, siendo su avance más notable, que los identifica como rama en desarrollo de la especie, el de caminar erguidos, algunos algo encorvados dada su todavía proximidad genealógica a sus orígenes, así como balbucear algunas palabras incomprensibles, que no constituyen lenguaje alguno, sino muestras de su estado natural en formación y reflejo de su escasa capacidad intelectual. Añorar tiempos de genocidio, repetir actos deleznables y ufanarse de ellos, sentir orgullo del tiro y el paseo, cuando no la checa, demuestra que les queda aún un largo camino hasta alcanzar la cualidad de ser humano. Estos laicistas imbuidos de odios primarios y excesiva supremacía autoconcedida, son peligrosos, porque peligrosa es su capacidad de respuesta a cualquier ofrecimiento en forma de nimia recompensa, la risa boba de sus comparsas. La memoria histórica debería ser socialmente útil y no fomentar la satisfacción perversa en la contemplación de imágenes y escenas del pasado que deberían avergonzar a quienes, aunque sea íntimamente, sientan algún tipo de placer en su recreación. Y de esos hay muchos entre los soberbios del laicismo elemental, basado en el odio y la ignorancia. Eso no es laicismo, sino memez y odio combinados con fanatismo irracional. Y fanáticos hay muchos entre los que alardean de tolerancia e ignoran qué significa esa palabra y virtud.

Exigir que lo religioso se reduzca, como vergüenza, al ámbito privado estricto y considerar que el insulto a este sentimiento debe ser tolerado y acatado obsecuentemente, porque ellos lo dicen, es solo la muestra de la estupidez humana y de la mendacidad de unos pocos, pero representativos, de la necesidad de acabar con esta farsa de una memoria histórica tan brutalmente selectiva y manipuladora. Los organismos unicelulares, que ríen y se solazan ante el esperpento cruel, se creen más de lo que son. Para todos ellos van estas palabras, adaptadas, naturalmente, al humor que fomentan según sus esquemas «mentales», no el mío.

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