El historiador Javier Varela publicó en 2017 una muy estimable biografía sobre Eugenio d'Ors (1881-1954), obra que recibió el premio Gaziel de biografías y memorias en 2016. Un historiador, además, no especialmente encantado con su biografiado, al que califica de antipático, acomodaticio, vanidoso, cínico, capaz de defender en dos tiempos un catalanismo radical y un españolismo rancio, petulante, xenófobo y practicante, en el último tramo de su vida, de una mezcla abominable de catolicismo, señoritismo y antimodernismo. En Elche, la Corporación franquista presidida por Santiago Canales Mira-Perceval le nombró hijo adoptivo y le dedicó una calle en 1940. Calle que a nuestro juicio debería conservarse, a pesar de unos antecedentes tan poco recomendables, porque, como estudiaron Joan Castaño y Josep María Asencio, al menos escribió 30 veces sobre La Festa y fue su más importante divulgador en la primera década de la posguerra.

La trayectoria intelectual de un escritor tan barroco como d'Ors tiene, como es sabido, un punto de inflexión en 1920. Hasta ese año, Xènius escribió sus famosas glosas en catalán y fue una figura muy relevante en la expansión del catalanismo tanto cultural como político (como muestras, su Glossari escrito durante 12 años en La Veu de Catalunya; su labor como secretario del Institut d'Estudis Catalans o el apoyo incondicional que recibió por parte de Prat de la Riba). En 1914 fue derrotado en una oposición a una cátedra de Psicología en la Universidad de Barcelona, lo que le provocaría dificultades económicas el resto de su vida, que ya se sabe que vivir solo de la escritura de libros y artículos periodísticos no es precisamente ni fácil ni recomendable (con palabras del propio Xènius: «Yo, trabajador de la inteligencia en duros jornales»). Por los mismos años, Miguel de Unamuno confesó que con el sueldo de la cátedra daba de comer a su numerosa prole y con los artículos de prensa merendaba toda la familia. Otro columnista tan destacable por su pluma como detestable por todo lo demás, como César González Ruano, vivía habitualmente encamado para gastar lo menos posible mientras iba cobrando sus artículos.

A partir de 1920, Eugenio d'Ors, tras sufrir su primera defenestración al ser relegado de sus cargos, se fue a vivir a Madrid, dejó de escribir en catalán y sustituyó la defensa de una nación por la de un imperio. El ABC recogió sus glosas hasta que en 1929 murió Torcuato Luca de Tena y su hijo José Ignacio Luca de Tena le redujo a una sección titulada «La vida breve», tan breve como poco remunerada. Así que durante la II República se estrenó como escritor católico en El Debate de Ángel Herrera Oria y, siendo tan poco republicano, aprovechó el nuevo régimen para divorciarse de la madre de sus tres hijos.

Su vinculación con Elche comenzó precisamente en esos años republicanos, cuando en 1935 conoció en Canarias a A lberto Asencio Gonzálvez, que invitó al escritor a la representación de La Festa de aquel verano ?la última que tendría lugar hasta 1941-. En la década de los cuarenta se le trató muy bien en Elche y faltó muy pocos años a las representaciones del Misteri. Sin embargo, su segunda caída en desgracia le vino en los inicios del franquismo. En agosto de 1939 fue cesado como director general de Bellas Artes y su nombramiento como secretario nada menos que perpetuo del Instituto de España ?cuya sede social era la propia casa del escritor- se quedó en nada cuando cambió el ministro de Educación: de su valedor, el monárquico Pedro Sáinz Rodríguez, a su detractor, el católico fanático José Ibañez Martín. Al libro sobre La Festa, titulado El Consueta de la fiesta de Elche, publicado en 1941, le acabaron llamando en Madrid «Los misterios de Elche», porque las cuentas no se aclararon al administrar personalmente el escritor los fondos recibidos por el Instituto de España. El año 1942 sería el de su segunda defenestración con el obispo de Madrid-Alcalá Leopoldo Eijo y Garay como nuevo presidente del Instituto de España. Hasta su muerte, Xènius seguiría viviendo de sus glosas. Una de ellas, por cierto, le sentó tan mal al entonces cronista oficial de Elche, Juan Orts Román, que publicó en INFORMACIÓN (18 de enero de 1944), un artículo titulado «Orts contra Ors», quejándose amargamente de que el célebre escritor dijera que «literariamente, ya lo sabemos, el Misterio de Elche no vale nada». Todo un personaje, don Eugenio, tan cínico como brillante: «Ni todo está dicho, ni todo está por decir. Todo está dicho a medias».