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música crítica

La sinceridad de los dioses

Orquesta del Teatro MariinskADDA

Sergei Redkin, piano. Valeri Gergiev. Obras de Stravisnky, Prokofiev y Mussorsgky. Viernes 16 de febrero de 2018.

No sé muy bien por qué pero la atracción por los personajes que representan al malo de la película ha estado siempre ahí. Esta afinidad, piensen en sus propios ejemplos, ha terminado por seducirnos hasta acabar por empatizar más con él que con el lado bueno. Por supuesto la música clásica no se libra de tener a sus propios malos. Y si hay alguien que tiene todas las papeletas para ser el malo en la película de la música clásica hoy en día es el director ruso Valery Gergiev. Si a la dureza de su semblante, añadimos sus andar determinado y rotundo, la profundidad de su voz de bajo, su absoluto poder en el mundo musical de su país, tenemos el personaje ya dibujado. Y además ruso oiga; algún productor de Hollywood babearía ante esta situación. Pero la realidad es bien distinta. Siempre he admirado la humildad con la que Gergiev afronta la obra. La preocupación por destacar los momentos líricos, la prudencia en su ímpetu, como si temiera no poder controlarse. Y su sinceridad. Siempre hay sinceridad en su música ¿qué es esto? Pues es dirigir la obra hacia la claridad de las ideas en lugar de los efectos (si no coinciden, que también puede ser). Esto, por ejemplo, lo pudimos ver en la versión comedida, buscando la aspereza emotiva del original, de los cuadros de una exposición. En este sentido la visión de Gergiev se acomoda a la, tan criticada como aplaudida, versión de Ravel. Que sean justamente los rusos los que más han cuestionado la versión del genio francés habla mucho de la humildad del director moscovita. Para él eso es secundario y no evita disimularlo. Como no evita disimular, al ser grabado en un breve documental sobre su día a día, el trago de cerveza que bebe en un intermedio de un concierto, mientras se peina con un peine de esos que encuentras en los baños de un hotel; como no evita disimular, en otro registro gráfico, el limitado caso que hace a la primera bailarina del Mariinsky mientras centra su atención en la sección de deportes de un noticiario. No necesita representar nada ni a nadie, porque él mismo es el personaje. Un personaje cuya aparente dureza se regala y vence ante la música, cuya mirada destila profunda admiración hacia los solistas que actúan con él (por ejemplo, al pianista Sergei Redkin tras la, llena de aristas y ritmo versión que interpretó del Concierto nº 3 de Prokofiev) o hacia los músicos de su Orquesta del Teatro Mariinsky. Sí su orquesta que lo es porque más allá de ser su director general es el creador de su enorme calidad actual. Sin embrago, lo curioso de todo ese esplendido concierto que escuchamos el pasado viernes en el ADDA es que el punto culminante llegó en el bis con la gloriosa interpretación que hicieron del final del Pájaro de fuego de Stravinsky, caballo de batalla del director y, no lo duden, su orquesta.

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