Hace unos cuantos artículos les esbozaba a ustedes dos un inquietante y perturbador dibujo de muchas ONG y otros Organismos internacionales; de su financiación, de los privilegios y sueldos de sus directivos, de qué tipos de personas recalan en ellas en sus niveles de mando, de la opacidad de sus cuentas, de las superestructuras burocráticas que han creado, del inmenso poder que gestionan, de cuánto dinero se destina a ayudas y cuánto se queda en el camino, de las posiciones de poder privilegiadas de las que gozan, sobre todo en países extremadamente pobres y vulnerables. Y, créanme, entonces aún no se habían conocido los escándalos de abusos sexuales y otras perversiones protagonizadas por dirigentes y trabajadores de algunas ONG que estamos viendo estos días. Y, créanme de nuevo, se me antoja que esto es solo la punta de un iceberg que, o igual aflora en toda su monstruosidad (opción ésta que por mi advocación hegeliana no creo), o igual consiguen enterrarlo bajo la ominosa sepultura del silencio buenista, de la comprensiva tolerancia unidireccional, de la connivencia autocomplaciente y progre que las rodea, y de esa suerte de verdad axiomática, de superioridad moral de la que gozan. Lo que dicen las ONG no se discute, son evidencias tautológicas.

Y lejos de querer incurrir en una injusta generalización del mal tengo el absoluto convencimiento de que muchísimas de las personas que trabajan para las ONG, sobre todo su voluntariado joven, lo hacen de forma desinteresada, por íntima convicción, desarrollando un sentimiento de solidaridad, un espíritu de ayuda a los más necesitados. Insisto, no tengo la más mínima duda. De ahí que resulte insoportable constatar cómo ese esfuerzo, esa vocación solidaria y desinteresada, se ve prostituida (nunca mejor dicho) por actos, hechos y denuncias como las conocidas estos últimos días de directivos de Oxfam. Lo acontecido a mujeres, niños y personas desamparadas de Haití, Chad, Sudán del Sur, Etiopía, República Centroafricana -y muchos otros países que aflorarán próximamente- víctimas de esas incalificables aberraciones, reflejan el lado oscuro del ser humano, ese degradado retrato de Dorian Grey que pintara Óscar Wilde. Secuestrando el título de un libro de Herbert Marcuse cuando todavía militaba en la Escuela de Frankfurt, estos repugnantes acontecimientos contra la dignidad humana suponen el «final de la utopía» buenista y de superioridad moral en la que estaban cómplicemente instaladas muchas ONG. El daño que han hecho costará mucho restañarlo. El propio Desmond Tutu, arzobispo de Sudáfrica y Premio Nobel de la Paz, ha renunciado a ser embajador de Oxfam.

Pero si todo lo dicho es de por sí indignante, todavía resulta más aterrador -sí, aterrador- constatar que muchas ONG han tenido episodios similares a los relatados en Haití y se lo han ocultado conscientemente a la sociedad, hurtado a la ciudadanía que con sus donativos coadyuva al mantenimiento de esta llamadas «no gubernamentales». ¿Cómo es posible que estas ONG -conociendo lo que empezamos a conocer- arremetan conspicuas contra gobiernos occidentales y democráticos, contra sus políticas de desarrollo, contra sus planes económicos que no les gusten, y encima lo hagan desde el púlpito de la verdad absoluta, de la supremacía moral? ¿Cómo es posible que pidan transparencia a esos gobiernos, que les exijan toda suerte de comportamientos éticos cuando ellas han hecho la vista gorda, han ocultado a la sociedad esos comportamientos tan indignos y degradantes?

Con la crisis destapada en Oxfam, muchas ONG están ocultando datos, escondiendo episodios similares para evitar el castigo de la ciudadana y de los gobiernos que tanto critican, pero de los que tanto dependen en subvenciones y ayudas. ¿Se les puede llamar Organizaciones No Gubernamentales ajenas e independientes de los poderes públicos? No. Vean. Juan Alberto Fuentes, exministro de Finanzas de Guatemala, es ahora presidente de Oxfam Internacional, y acaba de ser detenido por presunta corrupción. ¿No les parece ejemplar? ¿Puertas giratorias también para tantos políticos amortizados que recalan muellemente en organismos de ayuda humanitaria para seguir viviendo espléndidamente? Sí. El director ejecutivo de Oxfam Reino Unido -la del escándalo en Haití-, azote de los ricos, cobra un sueldo de 140.000 euros; y según Third Sector, el salario medio de los altos ejecutivos de las organizaciones benéficas que más pagan se sitúa en torno a los 190.000 euros. De ahí que Oxfam Intermón denunciara el sueldo de los altos ejecutivos del Ibex 35 español. Solo en España se calcula que hay más de 15.000 ONG. ¿Es una cifra normal? Yo no se los puedo responder, soy de letras.

Pero no me gustaría acabar este desolador artículo sin introducir una pregunta que me resulta perturbadora. Dado el carácter progre y contestatario de muchas ONG; dada la tolerancia que hay hacia las mismas por parte del buenismo conceptual; dada la superioridad ética y moral de la que presumen; dado el sesgo anticapitalista y laico que las contempla; dado todo ello en orden a lo comprensivo que es para con las ONG el sector multiprogre de la sociedad, tengo para mí que ante estos gravísimos hechos contra la dignidad humana se va a ir corriendo un velo de silencio y contención, una acrítica pátina de invisibilidad y pronto olvido. Ahora la pregunta: ¿qué habría pasado si las ONG hubieran estado relacionadas con la Iglesia Católica? ¿Ya saben la respuesta? Me too.