En los últimos días, estamos asistiendo a una cascada de informaciones relacionadas con abusos protagonizados por trabajadores de ONG internacionales que han causado estupor e indignación a buena parte de la sociedad mundial. En primer lugar, tras una amplia investigación llevada a cabo por el diario The Times, se conoció que directivos y personal de Oxfam Gran Bretaña habían cometido abusos y explotación sexual contra mujeres durante su trabajo en Haití, país en el que esta organización trabajaba tras el devastador terremoto de 2010 que causó más de 225.000 muertos y 1.500.000 de damnificados. Los hechos se remontan al año 2011 y fueron conocidos por diferentes responsables de la organización en todo el mundo. En ellos intervino directamente el jefe de Oxfam en Haití, Roland van Hauwermeiren, quien ya había sido despedido en el año 2004 de la ONG Merlín (integrada posteriormente en Save the Children) al cometer prácticas similares en Liberia.

Posteriormente, se conocieron más casos de explotación sexual en Chad y en tiendas de comercio justo de esta organización en diferentes países, lo que llevó a que la directora adjunta de Oxfam, Penny Lawrence, presentara su dimisión, al sentirse avergonzada y reconocer que no había manejado adecuadamente la situación. Las informaciones desveladas por el diario The Times señalan que Oxfam no denunció los incidentes a las autoridades haitianas, a pesar de que algunas de las mujeres contratadas para las orgías sexuales podrían ser menores de edad, dando carpetazo al asunto con cuatro despidos y tres dimisiones voluntarias, entre las que se encontraba el propio Van Hauwermeiren, a quien en lugar de despedirlo, se le ofreció «una salida gradual y digna». Y por si fuera poco, estos días se produce la detención en Guatemala del presidente de Oxfam por un caso de corrupción en su etapa de ministro de Finanzas en este país, acusaciones ajenas por completo a la organización que preside pero que añaden todavía más descrédito a la situación que atraviesa esta ONG humanitaria. Al mismo tiempo, Médicos Sin Fronteras, en coincidencia con estos hechos, ha reconocido también que en 2017 actuó con despidos o sanciones contra 24 casos de acoso o abuso sexual, a través de mecanismos de respuesta rápidos que ha implantado en su organización.

Sin duda, este escándalo está sacudiendo al sector de las ONG humanitarias en general y a Oxfam de forma muy particular, hasta el punto que la organización está viviendo la pérdida de socios en todo el mundo, al tiempo que diferentes gobiernos, como el británico y el holandés, han reunido a sus ministras de Cooperación Internacional con responsables de la organización para asegurar que estos hechos no se vuelvan a producir y a su vez reclamar la implantación de protocolos estrictos de integridad para detectarlos, evitando que sucedan. Sin embargo, la polémica está servida y como en otras situaciones surgen posiciones enfrentadas que, resumiendo mucho, oscilan entre quienes defienden que son hechos aislados y sin importancia que para nada representan al sector de las organizaciones humanitarias, frente a aquellos otros que por el contrario sostienen que las ONG son organizaciones enfermas por naturaleza, interesadas y poco transparentes que favorecen prácticas improcedentes. En mi opinión, ambas posiciones son tan inexactas como inadecuadas para comprender la profundidad de estos y otros problemas, actuando con la firmeza y el rigor que exigen.

No es desdeñable el hecho de que los sucesos que han motivado la polémica tuvieran lugar en Haití, el país más pobre de Latinoamérica, cuyo nivel de destrucción tras el terremoto, pérdida de vidas humanas y con ello, extensión de unas tasas de pobreza, enfermedad y vulnerabilidad aterradoras han sido de las mayores en la historia de las tragedias recientes. La pasividad, cuando no el abandono, de la comunidad internacional hacia este país llevó a que numerosas ONG desembarcaran al calor del dinero de la ayuda humanitaria, multiplicándose los casos de abuso y fraude, como bien sabemos en esta Comunidad, lamentablemente. También Cruz Roja se vio envuelta en otro escándalo al conocerse en 2015 que, tras recaudar más de 500 millones de dólares para construir cientos de viviendas para damnificados en el barrio haitiano de Campeche, únicamente se construyeron seis. Si todos los países en situación de extrema pobreza y vulnerabilidad necesitan que la ayuda y la solidaridad que reciben lo sea con el máximo respeto, mucho más en el caso de Haití, una nación que tras su independencia en 1843 parece vivir una auténtica condena bíblica sin dejar de sufrir todo tipo de calamidades.

Las ONG tienen que entender que el apoyo económico y moral que reciben de gobiernos y ciudadanos en todo el mundo se debe, también, a los principios éticos y morales que estas organizaciones encarnan y con los que trabajan para aliviar el sufrimiento y mejorar la vida de los más desvalidos. Cuando esto se quiebra, se rompe también esa cadena de confianza que la sociedad tiene en ellas basada, no solo en el valioso trabajo que llevan a cabo, sino en los hermosos valores morales colectivos que defienden. Al mismo tiempo, las ONG, tanto por el volumen de recursos que tienen como por el impacto de sus actuaciones en los países donde intervienen, disponen de un poder excepcional que deben utilizar con las máximas exigencias éticas y de responsabilidad. La sociedad exige de estas organizaciones una conducta irreprochable, y por ello, escándalos como los que se han conocido producen tanto dolor porque necesitamos del trabajo y de los valores de las ONG para avanzar hacia un mundo mejor.