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Javier Mondéjar.

El indignado burgués

Javier Mondéjar

China: nosotros somos los comunistas

Los que son niños de los sesenta recordarán que en las aulas había dos clases de huchas para el Domund: la de los negritos y la de los chinitos. Como yo he ido siempre a contracorriente, mientras mis compañeros enterraban sus moneditas en la de los ahora llamados afroamericanos, a mí me llamaban la atención los ojos rasgados y el sombrero puntiagudo de los asiáticos y a ellos dedicaba las pesetas que me daba mi madre para las misiones. Se conoce que fuimos tantos los que escogimos la hucha de los chinitos, que ahora son ellos los que ponen moneditas en la hucha de los españoles, imagino que con faz morena, ojos oscuros y montera torera. Y no es que nos vengan mal las moneditas, concretamente en Alicante ojalá que vinieran muchas y muy rápidamente para que cuadremos las cuentas y nos hagan alguna infraestructura, que estamos muy necesitados. Más que nada para complementar lo que nos niegan Valencia o Madrid.

Mota hacía estas Navidades una parodia del «Bienvenido Mr. Marshall» aplicado a los chinos y es verdad que si queremos ser queridos por ellos algo deberemos cambiar nosotros, sin necesidad de rasgarnos los párpados o aprender a hablar chino, que debe ser terriblemente difícil. Sin embargo ya hay empresas alicantinas que no tienen empacho en reconocer que llevas mucho adelantado en China si les hablas en su idioma y las presentaciones en vez de en inglés, se hacen en su lengua. Si indudablemente sus inversiones nos pueden hacer crecer significativamente es obvio que algún paso tendremos que dar y no quedarnos en la crítica permanente para los que lo intentan.

La reciente visita organizada por Cepyme y la Diputación a Shenzhen junto con la misión inversa que se desarrolló aquí y que tuvo la colaboración de la Cámara de Comercio van en la línea de mejorar este camino de doble vía. De hecho me consta que fueron muchos, muchísimos, los empresarios que aportaron proyectos, tanto para vender sus productos allí, como para instalarse y aportar conocimientos y experiencias a empresas conjuntas -previo pago de su importe- como a admitir capitales chinos en proyectos innovadores en la provincia. Por si alguien se le ha olvidado, China ha multiplicado por 40 su PIB en las cuatro últimas décadas, tienen dinero disponible como para comprarse dos veces el Mundo y les sobra para unas cañas con gamba roja de Denia.

Los frutos están por ver, obviamente, pero si nadie se mueve nadie logrará ningún éxito. Más allá de la tendencia política a sacar rédito de sus acciones -que no es en principio censurable si no se vende humo- hay un bulle-bulle que puede aumentar la calidad de vida de todos los que vivimos aquí y eso será bueno lo traiga dios o el diablo. Lo que pasa es que en estas cuestiones hay siempre un prejuicio empapado de racismo que nos hace considerar bueno el dinero cuando viene de Alemania y malo cuando llega de China o de los Países del Golfo. El emperador Tiberio respondió a su hijo que el dinero no huele, cuando éste le reprochó que se cobrara en los urinarios públicos y, salvo que me equivoque mucho, los inversores no son hermanitas de la caridad que pretenden el bien y la salvación de los seres humanos, sino que esperan un retorno a sus inversiones o afianzar una posición de privilegio en los lugares que les gustan. Y parece que a los chinos les gusta Alicante (la provincia, claro).

Tampoco hay que olvidar que China y España son radicalmente opuestas en muchos conceptos, algunos de ellos económicos y otros en el sistema de toma de decisiones. Un empresario que conoce mucho aquel país me decía que nosotros somos los comunistas, mientras que ellos son capitalistas radicales. Puede ser que nuestras normativas, tan lentas y tan proteccionistas, choquen con unas mentes acostumbradas a que los negocios se hacen ya o no se hacen, que la burocracia es un freno a la inversión y que -salvando todas las cautelas legales- cuantas menos puertas se le pongan al campo más fácilmente será crear en los solares emporios de riqueza. No olvidemos que los chinos han inventado el sistema de que los planes del gobierno y los de sus empresas convergen y si se decide políticamente que van a por el sur del Mediterráneo sus cañones financieros bombardearán el área. Sí, son términos bélicos, pero la economía es otra forma de hacer la guerra y ocupar territorios.

Si normalmente los empresarios autóctonos ya tienden a considerar a las administraciones como enemigos en vez de colaboradores, los chinos huirían asustados de una provincia que en vez de sentarse con ellos, decir en qué os podemos ayudar e ir de su mano hasta que se resuelvan todos los inconvenientes, les diga: vosotros proponed y ya os diremos algo; si eso. Con ellos esa táctica no va a funcionar porque están acostumbrados a que sus interlocutores son ejecutivos, no correveidiles que tienen que pasar la información a un segundo nivel y éste a uno superior.

Y sobre todo piden seriedad y compromiso en las negociaciones y a tanto no estamos nada acostumbrados por estas tierras donde los acuerdos valen normalmente menos que la tinta con que se escriben. Mientras, los dirigentes -y en realidad casi todo el que es cosa- se sacude el polvo de sus americanas: si alguien tiene éxito, se apropian del triunfo y si las cosas salen menos bien, la culpa es del que lo intentó.

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