Información

Información

Contenido exclusivo para suscriptores digitales

Jesús Javier Prado

Oído, visto, leído

Jesús Javier Prado

«¡Son los telómeros, estúpido!»

A las nueve en punto de la mañana del pasado martes me planté (yo, y otras 1.500 personas) como un clavo en la puerta del Adda para asistir a la conjunción de sabios planetarios (agradecimiento especial a Álvaro Beltrán, de Garrigues, por el empeño y esfuerzo que ha realizado por sacar adelante una jornada tan potente como esta) venidos de medio mundo para explicarnos los retos que tenemos todos frente al envejecimiento. Dado que estoy a puntito de traspasar esa frontera sin derecho a retorno que son los cincuenta («te queda la peor década, chaval: los sesenta son mucho mejores?» me dice un Paco Esquivel elegante y rozagante como un pincel, con esa gracia sevillana que tiene), creo que cuanto antes conozcamos al enemigo y sepamos cómo enfrentarnos a él, mejor que mejor. Así que aquí estamos todos (uno sabe que se ha hecho mayor cuando ya no hay días insultante e inconscientemente soleados, y ve que todos los días llueve, por algo o por alguien: unas veces es granizo y otros un simple chiri-miri, pero siempre hay algo que acaba mojándote), esperando a que nos iluminen?

?Pero pronto vemos que todo es en vano: tras la visión económica y positiva de ese entepreneur tranquilo y racional-, y que nunca valoraremos lo que supone tenerlo por estas tierras- que es Andrés Pedreño, los primeros ponentes científicos empiezan dando duro y donde más duele: que a partir de los cincuenta, todo va cuesta abajo. Y que nos ponemos (más) enfermos a medida que envejecemos. Acabáramos. Y lo dicen así, sin más, quedándose tan anchos. En el auditorio no se oye ni una mosca (por respeto, sí; pero por miedo, también: todos y todas los que estamos allí tenemos una edad, y hoy somos más viejos que ayer. Y los tipos de la Reserva Federal a punto de subir y la hipoteca por pagar. Es que lo tenemos todo en contra, coño?.). Aunque poco a poco van surgiendo pequeñas estelas de esperanza: que si ya es posible la modificación de los genes degradados en los ratones, dice uno. Que si tenemos que cuidar las mitocondrias, dice otro. Que ojito con el epigenoma, susurra ese sabio sosegado de otro tiempo que parece Juan Carlos Izpisúa.

Y sube también María Blasco, alicantina y directora del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, con una estética moderna y casi de estrella de rock (botas y vaqueros, camisa y chaqueta negra, melena al viento) y una seguridad aplastante en el escenario. «Se os están acortando los telómeros, que lo sepáis». Bueno, no lo dice así, pero casi. Poco a poco voy hundiéndome en el asiento, porque a mí me da que mis telómeros van claramente a menos (el otro día me leí tres artículos seguidos para entender qué es la tecnología Blockchain, y no entendí nada. Esto a los cuarenta y ocho años no me pasaba, lo juro). Nuria Oliver nos da un respiro, tan pequeñita pero tan matona a la vez, para que no nos deprimamos porque siempre podremos poner un robot en nuestras vidas. Pero llega el presidente ejecutivo de Garrigues y va directo a la yugular, sin anestesia ni nada, y dice muy clarito lo que llevo tiempo barruntando pero no quiero asumir: «debido al aumento de la esperanza de vida, va a haber gente que va a heredar a los setenta y pico». Perdonen que no entre en muchos detalles, pero creo que tengo todos los puntos, sé lo que me digo.

Menos mal que Izpisúa, con su voz austera y franciscana deja una frase que es un hilo, una esperanza, un destello improbable pero posible, un clavo (ardiente y candente, pero clavo al fin y al cabo) al que me agarro cual garrapata a la piel del animal, o como un calamar a la roca, si lo prefieren: «la persona que va a cumplir 130 años ha nacido ya» A ver si voy a ser yo, y estoy aquí sufriendo?

Lo último en INF+

Compartir el artículo

stats