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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

Hipnóticos

Coincidí en el avión con un tipo al que le gustaba hablar y le conté mi vida. A veces ocurren estas cosas: que acaba hablando el silencioso y escuchando el hablador. También ocurre que en la casa acabe cuidando el perro aquel que lo detesta. La gente se encapricha de los animales sin tener en cuenta el día a día, el veterinario, las vacunas, las cacas, el cepillado, cuando es de pelo largo, etcétera. Aquel hombre se había subido al avión creyendo que iba a encontrar una víctima a la que darle la chapa, como dice el hijo adolescente de mis vecinos, y el chapado fue él porque empecé por mi primera comunión y así, paso a paso, fui contándole y contándome mi vida, que a 12.000 metros de altura me pareció un desastre. Inventé algunas cosas, porque me pareció también inverosímil. Mi interlocutor, en un momento dado, exclamó: ¡Qué cómico! O quizá: ¡Qué cósmico!

No le entendí bien, no sé si dijo cómico o cósmico y tampoco me atreví a preguntar por miedo a que hubiera dicho lo primero, o quizá lo segundo. No sabía si preferir que mi vida hubiera sido cómica o cósmica. Como el viaje era largo (de los de doce horas), hacia la mitad se me acabó el fuelle. No soy como ese novelista noruego, Knausgard, que emplea dos horas en contarte el tránsito entre la habitación suya y la de sus padres. La vida de Knausgard está rellena de sí misma hasta los bordes. Es larga incluso resumida. La mía, sin embargo, es corta incluso ampliada. Le di un par de vueltas filosóficas al asunto de la longitud, a lo que mi vecino de asiento volvió a apuntar «qué cómico» o «qué cósmico». Poseía una habilidad tremenda para pronunciar la ese sin articularla o para no pronunciarla articulándola. Nos despedimos en la terminal del aeropuerto de destino, tras recoger nuestras maletas.

Unos días después coincidimos de nuevo en el viaje de regreso. Facturamos juntos el equipaje y subimos juntos al avión, donde fatalmente nos habían tocado asientos contiguos. ¡Qué cómico, o qué cósmico!, no sé, exclamó el tipo ante la coincidencia. Al poco de sentarnos, me invitó a unas pastillas que aseguró que eran para la acidez de estómago, pero debían de ser hipnóticos porque me pasé durmiendo todo el viaje.

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