No sé si conocen los experimentos que los investigadores de la psicología social llevaron a cabo tras la Segunda Guerra Mundial. El mundo estaba tan sorprendido por las barbaridades cometidas durante el conflicto que buscaba explicaciones racionales a la irracionalidad más brutal. La obediencia debida, la propaganda y la manipulación masiva se manifestaron en toda su crudeza en el juicio de Nuremberg. La magnífica película de Stanley Kramer, que en España se tituló Vencedores y vencidos, refleja esos momentos en los colectivos sociales, donde la situación tiene tanta fuerza que condiciona la respuesta de cada individuo.

Salvando las distancias, vivimos con el cansino procés catalán, una situación de esas en las que se abandona el sentido común y se establece eso de la contumacia de perseverar en el error. Y es que las estrategias políticas son exactamente manipuladoras, anuladoras del individuo y buscan y valoran la obediencia ciega por encima de los valores fundamentales de las personas, ¿o no? Pensemos.

No me discutirán que esto es meterse en un jardín importante, donde seguro que haré muchos amigos. Los partidos independentistas catalanes y otros pancatalanistas, como nuestro cogobernante Compromís, están en una espiral de «a vore qui es el primer en baixar del burro» para bajarse después echándole la culpa al otro. No hay más.

A nivel nacional el tema catalán ha movido cimientos antes firmes y nada menos que ha disparado las posibilidades de una marca, Ciudadanos, que es más marca personal y branding que organización política, alguien los ha llamado partido de veraneantes. Pero, ¿y qué? ¿Hace falta ser una gran organización para ganar elecciones? Sí.

El PSOE se sigue debatiendo entre lo que su historia supone de ser un partido nacional, constitucional y progresista y sus pactos absurdos con radicales de todo pelaje, nacionalistas decimonónicos, pancatalanistas y lo que haga falta para separar del poder al que ha ganado muchas de esas elecciones en muchos de esos lugares.

El PP, con un calendario súper judicializado y sin saber sacudirse de una vez su pasado festivo, con la certeza de que a gran parte de su target le va a ser más cómodo votar a los veraneantes. Saben que necesitan cambios importantes y los necesitan ya.

Podemos anda buscando entre la población de dieciséis años recuperar la sangría de apoyos que pierde por su indefinición y por ese apego que tienen a fijarse y ser preclaros en las estupideces y pérdidas de tiempo a la vez que son difusos e indefinidos en lo importante. Los sabios de bar y jóvenes que les apoyaron en masa no les entienden.

Y algo grave, creo, y que en esta provincia vemos todos los días, en lugar de ganar en el debate, en las propuestas, en la cercanía con la gente, aquí todos se dedican a llevar los problemas y sus sospechas a los señores jueces, a ver si lo que no les dan los votos se lo da el juzgado. Muy pobre.

En positivo, es posible dignificar la acción política, es un oficio en teoría con las mejores intenciones, hay gente dedicada a ella inteligente y honesta. Necesitamos de la política para construir un presente y futuro mejor. Pongámonos a ello.

Experimentemos.