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Lorena Gil López

A contracorriente

L. Gil López

Ocho horas dan para mucho

¿Se imaginan al Mariano Rajoy socarrón y gallego en el Congreso todo ese tiempo?

Más de ocho horas hablando. Es lo que hizo a sus 77 años Nancy Pelosi, la líder de los demócratas en la Cámara Baja de EE UU. Un discurso para defender a los jóvenes inmigrantes que carecen de documentación, los conocidos como «dreamers» (soñadores). No me digan que no tiene mérito. ¿Se imaginan al Mariano Rajoy socarrón y gallego en el Congreso todo ese tiempo? ¿o al Pablo Iglesias disparando sin respiro a unos y otros, en posesión de la verdad absoluta? ¿o a María Dolores de Cospedal liándose con el tema del despido en diferido de Bárcenas? Qué pereza. Mi hija de 5 años está diez minutos taladrándome la oreja con cuestiones tan sesudas como «¿hoy trabajas?», «¿a dónde vas?» «¿qué comemos?», «me duele la barriga, ¿se lo puedes decir a la profesora?», y estoy que me subo por las paredes.

Ocho horas hablando es, por ejemplo, una jornada de trabajo (en teoría, claro), una noche seguida durmiendo (quién la pillara), las últimas seis Champions del Real Madrid, la saga de «El Señor de los Anillos» o una temporada de «Friends».

El tiempo se puede utilizar como Pelosi, aunque sus ocho horas no sirvan más que para batir un récord, dado que los «dreamers» van a pasar a tener pesadillas; y se puede usar para no hacer nada, dejar pasar las horas sin oficio ni beneficio (seguro que ya están pensando en alguien).

Pero también se puede destinar para intentar gobernar mejor, trabajar por los demás o luchar por las desigualdades. Y para, como cuenta mi compañero Pablo, analizar ordenadores y móviles, que es lo que hace la unidad de forenses informáticos de la Policía Nacional en Alicante, con el objetivo de cazar a pederastas y que puedan acabar con sus huesos en prisión. Que es donde deben estar, y mucho más que ocho horas.

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