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Arturo Ruiz

El drama de perder la identidad

Es más que discutible que los últimos gabinetes desde Alperi hasta Echávarri cumplieran con el primero de estos cometidos

Sus despachos han sido utilizados en tantas ocasiones para dirimir eternas batallas por el poder contra enemigos eternos y amigos dudosos o urdir proyectos y contratos que acaban sin remedio en el juzgado que, a veces, demasiadas veces, se nos olvida para qué sirve un ayuntamiento. El de Alicante, por ejemplo. ¿Para qué? Digamos que para dos cosas: concebir acciones que hagan más feliz y próspero el futuro de sus conciudadanos; y salvaguardar el mejor legado que dejaron las generaciones de alicantinos del pasado, poner a refugio sus obras, preservarlas del paso duro de los años. Es más que discutible que los últimos gabinetes desde Alperi hasta Echávarri cumplieran con el primero de estos cometidos, el de la felicidad del mañana, pero sin miedo puede aseverarse que han fracasado de largo en el segundo: de los 2.000 edificios y elementos históricos del patrimonio que deberían estar blindados contra la destrucción y la piqueta se encuentran protegidos en esta ciudad sólo 300, tal y como en estas mismas páginas publicó ayer Juani HernándezJuani Hernández. Y eso en una época que asiste a una nueva resurrección del auge urbanístico.

Esto es, que existe un eterno carrusel de mansiones, tinglados, estaciones, fincas, faros, cuarteles, torres, refugios, baterías, búnkers, casas, depósitos, asilos, cocheras, cornisas, mosaicos o fachadas que cualquier día pueden acabar desapareciendo; que en el mismísimo instante en que usted está mostrando la elogiable paciencia de leer estas líneas en algún despacho o oficina puede estar fraguándose la pulverización de un retazo de pasado perteneciente a la Guerra Civil, la II República o el azaroso siglo XIX porque el Ayuntamiento ha sido incapaz en los últimos años de redactar un catálogo que ponga a salvo tanto testamento irrecuperable. O sea, tanta memoria. Y, ya saben aquello que dijo Raimon, que quien pierde la memoria pierde la identidad. Pues eso.

No es sólo retórica. Es un drama. De «drama» lo ha calificado el arquitecto Rubén Bodewig, que trabajó en el catálogo de protecciones que en su día impulsó la concejalía de Urbanismo bajo el edil de Guanyar Miguel Ángel Pavón, y que no llegó a ver la luz. Y es un drama porque uno quizás nunca habría podido sospechar que el edificio por el que pasó todas las mañanas de su vida, y por donde antes paseó su madre anhelando las vidas que vendrían, y décadas antes su abuela quizás huyendo de algún bombardeo o soñando con un verano en el que todavía no había móviles, pueda un día ser víctima de una máquina excavadora para acabar hundido ante el polvo; pero pasa. Vaya que sí. Pasó antes con los silos de San Blas o con el edificio que ocupaba la esquina entre Benito Pérez Galdós y José María Py, cuyas ruinas están aún calientes y su olvido todavía es corto. Y resulta increíble que, mientras, este ayuntamiento desgaste tanto tiempo en enviarse tuits para ridiculizar al adversario, pagar abogados, visitar tribunales, romper pactos, trocear facturas, cambiar de opinión cada vez que pretende modificar el nombre de alguna calle o pelearse por correr una línea más a la derecha o a la izquierda en el plan general de turno. Cuánta frivolidad ante lo trascendente.

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