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Juan R. Gil

Isabel, contra los elementos

La pasada semana les dejé aquí un fleco suelto que no quisiera que quedara sin pespunte. Escribía hace siete días acerca de la fugaz visita del presidente del Gobierno para festejar con un mitin y un visto y no visto el 50 aniversario del aeropuerto y señalaba que de El Altet no se volvió corriendo a Madrid, sino que se quedó en Alicante para asistir a «una reunión privada». La reunión que con tanto secretismo se quiso llevar no fue otra cosa al final que un almuerzo con la presidenta regional del PP, Isabel Bonig, el presidente provincial del mismo, José Císcar, y el máximo responsable de la Diputación Provincial y miembro de la dirección nacional popular, César Sánchez. No consta que ninguno de los tres aprovechara el momento de mayor intimidad para trasladarle al jefe, por ejemplo, la necesidad de otorgar un trato distinto a la Comunidad Valenciana que:

a) dé algo de aire a un PP que en este territorio se encuentra acosado por fuera y por dentro: por fuera por la sucesión de vistas orales en sede judicial en las que el relato sobre la gangrena de sus gobiernos va consolidando la imagen de un partido carcomido por una corrupción sistematizada y perfectamente organizada; y por dentro, porque las consecuencias de las delaciones de unos contra otros y del lento aterrizaje en la realidad de que el poder perdido no será fácil que vuelva y, por tanto, no hay puestos para todos, está provocando fracturas de complicada reparación. Y,

b) que ese trato diferente al aplicado a esta comunidad desde hace años por parte del Ejecutivo central, mezcla de suficiencia y menosprecio, sirviera al PP indígena para reconstruir un discurso político de gobierno que no podrá armar mientras no resarza vía mejora de la financiación a todos los ciudadanos que han sido expoliados por esa corrupción sistémica antes citada y lo siguen siendo por la discriminación en los presupuestos.

Nada de eso, como comentaba, se habló durante la comida con Mariano Rajoy. Pero sí tuvo interés lo tratado en la reunión para levantar acta de por dónde van los tiros a día de hoy en la cúpula del PP. Si algo quedó claro en el almuerzo fue el mensaje de Rajoy de que Ciudadanos va a poder mantener el impulso que le dieron las catalanas hasta las próximas elecciones municipales y autonómicas, a pesar de lo que falta todavía para ellas, y que el PP tiene que prepararse no sólo para convivir con esa realidad, sino para estar en posición de negociar gobiernos de coalición con los de Albert Rivera tras el recuento en las urnas. El jefe del Ejecutivo les aseguró a Bonig, Císcar y Sánchez que no está en su horizonte adelantar las elecciones generales. Antes al contrario, les dio por hecho que los presupuestos del Estado finalmente se aprobarán, lo que de ser cierto daría un balón de oxígeno al Ejecutivo y, por ende, al PP.

Pese a los avisos que él mismo envía, en parte por auténtica preocupación pero también por mantener entre los suyos la tensión, Rajoy está convencido de que el suflé de Ciudadanos bajará conforme pasen los meses y sabe, además, que unos comicios municipales y autonómicos son un escenario peor que unos generales para el partido naranja, porque en las elecciones locales el peso de las estructuras tradicionales de los grandes partidos, el de sus todavía enormes redes clientelares, sobre todo en los municipios pequeños y medianos, les confiere ventaja, más al PP que a ningún otro. Así que, salvo razones de fuerza mayor (difíciles de determinar, porque cuanto más se complicaran las cosas en Cataluña, por ejemplo, menos factible sería dejar un vacío de poder en la Moncloa), el líder del PP no convocará a los electores a elegir gobierno de la nación antes de que voten, en la primavera de 2019, los gobiernos de los ayuntamientos y la mayoría de las autonomías.

Pero si eso es así, también quedó claro en su conversación que por mucho que hasta entonces pueda desinflarse Ciudadanos, el partido de Rivera, según el análisis de los estrategas populares, tendrá un crecimiento importante que lo hará imprescindible para formar gobiernos. Luego al PP se le plantea el mismo problema que en la Comunitat Valenciana tienen el PSPV y Compromís: cómo articular un discurso frente a un rival que, al mismo tiempo, puedes necesitar como socio. El objetivo del PP ya no es, de acuerdo con lo dicho en esa comida por Rajoy y en contra de lo que durante meses estuvieron aquí predicando Císcar y su muchachada, «tragarse» a Cs, sino que la suma de ambos supere a la de la izquierda y, rebasado este primer listón, seguir siendo el partido más votado del centro derecha, cosa que el PP empieza a reconocer sotto voce que a día de hoy no tiene ni mucho menos asegurada. Valga en ese sentido con decir que la última encuesta de Metroscopia sitúa ya a Ciudadanos como primera fuerza política a escala nacional por encima de los de Rajoy. Es un sondeo y, de no mediar anticipo, falta una eternidad para las próximas elecciones. Pero Metroscopia tiene el aval de haber sido la única empresa que predijo con rotundidad que Arrimadas sería la política más votada en Cataluña, por delante de Junqueras o Puigdemont. Así fue, mientras que el PP, si se descuida, se convierte en extraparlamentario.

Aunque en ningún momento se dijo expresamente, en el almuerzo quedó claro también que no habrá cambios en cuanto a la candidatura del PP a la presidencia de la Generalitat. Isabel Bonig será la que esté en los carteles, a pesar de los continuos movimientos que hay para descabalgarla. E igualmente se validó la estrategia de centrar el discurso en agitar el fantasma nacionalista; incidir una y otra vez en que el Gobierno del Botánico, con el PSPV y Compromís en la Administración y Podemos en la retaguardia parlamentaria, está construyendo ahora la Cataluña que los independentistas empezaron a edificar hace treinta años. Jugarse toda la partida a eso parece de una cortedad alarmante: primero, porque ese, el del miedo a que la Comunitat Valenciana acabe reproduciendo el esquema catalán, es un sentimiento que no se compadece con la realidad social de un territorio cuyos líderes, a izquierda o derecha, siguen desgañitándose en cada acto cantando el «Para ofrendar nuevas glorias a España» con el que principia el himno regional, por muy suelto que tengan el gatillo en twitter algunos conmilitones de Compromís y quienes dicen atesorar las esencias del PSPV. Pero, segundo, porque en todo caso hoy por hoy el partido que se ha adueñado de la bandera de la lucha contra el nacionalismo es, precisamente, aquel al que al PP se le están yendo los votantes, Ciudadanos, con lo que los populares corren el riesgo, si los de Rivera saben maniobrar con inteligencia, de que cuanto más incidan en agitar el miedo al supuesto separatismo valenciano más votos estén metiendo en la urna naranja. Pero también es cierto que no lo tiene fácil el PP para encontrar otro discurso que no sea ese. De qué va a hablar, si no: ¿de regeneración democrática, de eficiencia en la Administración, de justicia en la redistribución del presupuesto? Pues ya me contarán cómo va a hacer eso un partido que va a tener pasando por los banquillos durante meses a quienes fueron sus máximos dirigentes para seguir contando cómo se trampeaban elecciones y se saqueaban arcas públicas, que ni siquiera es capaz de hacer dimitir a Camps del puesto pagado con fondos públicos del que disfruta en el Consell Jurídic y que no tiene esperanza alguna de que se alcance a tiempo un pacto para mejorar la financiación que le permita apuntarse un tanto al mismo tiempo que arrebatarle al actual Consell la parte mollar de su argumentario. Con todo eso encima de la mesa, antes de fumarse un puro Rajoy debió mirar a Bonig y acordarse de aquello que dijo Felipe II para quitarse de enmedio del desastre de la Invencible: «Yo no mandé mis naves a luchar contra los elementos». Qué trago, Isabel.

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