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¿Cuarto poder?

El discurso y el crédito de Claudio

A fuerza de malos resultados y peor juego, a Claudio Barragán se le agotan el tiempo, el crédito y el discurso. La pésima racha del Hércules, con números de descenso en los 10 últimos partidos -una victoria, siete empates y dos derrotas-, han puesto contras las cuerdas al entrenador valenciano, que no encuentra soluciones para tanta desilusión. El mensaje enérgico y racial, casi cuartelero, de los primeros días se ha diluido y el técnico ha modificado el fondo y la forma de sus intervenciones, pero el vestuario no responde y la afición sigue sin entender cómo se ha vulgarizado tanto este equipo: estaba y está llamado a luchar por el ascenso, pero cualquier rival le bloquea y le pone en serios apuros. A remolque de los acontecimientos, y quizás demasiado tarde, Claudio ha señalado a «pesos pesados» del vestuario como Samuel y Carlos Fernández, al tiempo que su discurso se ha agriado con el transcurso de las semanas y la creciente pérdida de identidad del bloque. A mediados de enero, cuando la falta de gol ya era alarmante, se dirigió a la dirección deportiva de Javier Portillo para reclamarle un delantero y pocos días después quiso matizar sus palabras a fin de no levantar ampollas en los despachos. Fue justo en vísperas del sainete del Hércules ante el Alcoyano, en uno de los peores partidos que se recuerdan de los alicantinos en el Rico Pérez. «No sé por dónde cogerlo, estoy en shock, comenzamos el partido mal y lo terminamos peor; no sé por qué no llegamos a entrar en el partido», dijo el técnico entonces, cuando ya empezó directamente a apuntar a sus jugadores. De empate en empate y de desastre en desastre, el míster recrudeció sus críticas a la caseta tras el 0-0 de Badalona por las pérdidas de balón en zona de peligro, el exceso de faltas innecesarias y la incomunicación con los futbolistas: «Ensayamos una cosa durante toda la semana y luego en el partido hacemos lo contrario». Con estar justificado el reproche, Claudio sangra por la herida cuando reconoce que el grupo no capta sus mensajes. Porque, como bien sabe el exjugador internacional, hacerse entender rápido y bien es la primera obligación de un entrenador. La siguiente es que su equipo se defienda con orden y ataque con eficacia, pero el Hércules está lejos de cumplir estos requisitos básicos. En pleno baile de máscaras, el técnico blanquiazul parece resignado, esconde sus cartas durante la semana y ni siquiera le alegra regreso del talismán Chechu Flores. Tiene más cuerpo de cuaresma que de carnaval.

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