Ya se alejó la alegre dicha de la Navidad, se desvanece el Año Nuevo y se aproxima el momento de las grandes, y por otra parte hueras, reflexiones: ¡Otro año se fue ..., cómo pasa el tiempo..., ahora mismo tenemos ahí la Semana Santa..., la primavera, el cambio de la hora, y el verano otra vez encima...! Eso es lo que acarrea el haber nacido. Pero a quien realmente tenemos encima es al alborotador Carnaval cuya etimología nos advierte de que «viene el tiempo en que se ha de suprimir la carne» (carne-levare) y de ahí el jolgorio en las calles, pues se barrunta que tenemos encima la Cuaresma...

Así que, aprovechando el entusiasmo que provocan estos nuevos tiempos, las calles se llenan de sinrazón, ya que no es usual ver a una Dama de las Camelias charlar alegremente con cualquier héroe cinematográfico de hoy, de esos que dan miedo. He nombrado a la Dama de las Camelias porque en nuestra lejana infancia todo eran «damas antiguas», «dartagnanes», gitanas, toreros... Todos dando vueltas por la Glorieta hasta las diez, y ni un minuto más allá. Hoy ya existen sofisticados disfraces que el avispado mercado se apresura a ofertar.

Sea como fuere, el paseante se regocija por haber sido capaz de entrar a pie plano en otra dimensión en donde no tienen cabida los conflictos, a veces absurdos, de una sociedad aburrida de tan cotidiana. Así, el Carnaval, con su euforia y sinrazón, tal vez nos ofrezca la posibilidad de ponernos en contacto con ese espacio intemporal al que los especialistas de la mente llaman «inconsciente colectivo» en donde, dicen, se acumula la experiencia de toda la humanidad. ¿Existirá, me pregunto? ¿Será allí, en esa semiinconsciencia donde se sumergen los genios y perciben su obra en totalidad? Y luego, como en un parto doloroso, la trascriban en signos y sensaciones para que nosotros, las personas de a pie, tengamos la posibilidad de disfrutarlas. «De vez en cuando -decía un amigo que ya no está aquí- hay que desprenderse de la cordura y desatar todo el potencial que tenemos, ese poder que conecta con lo grandioso». Es posible porque algunos lo consiguen y a nosotros nos llega a través de los grandes «intuidores». ¡Cómo nos transmutamos oyendo un buen concierto, leyendo poesía en soledad y en tantas otras situaciones inusuales...! Esa salida de lo rutinario puede suceder, también, cuando se juntan la primavera y el loco Carnaval.

Por cierto, no sé si saben que estas fiestas vienen del cono oscuro de los tiempos con el fin de homenajear, por ejemplo, a la diosa Isis cuando el padre Nilo retornaba, o al «Carrus Navalis» paseando al dios Baco o al dios Saturno... «Se trastocará el orden establecido por un tiempo efímero durante el cual los esclavos gobernarán con mofa. Y todo en clave de fiesta, la locura se torna cotidiana». Tengo entendido que también en algún lugar de España, durante un tiempo, las mujeres toman el Ayuntamiento, gobiernan, y se dice que no lo hacen nada, nada mal.

Somos pasta de tradiciones, caramba, de las cuales con frecuencia hemos olvidado cómo fue su origen.

Pero en estas fechas y camino hacia la primavera, a consecuencia de ese brote vital de esplendor, también subyace el deseo de purificación, de limpieza, y se hace necesario desprenderse de todo lo que envejeció, quemar la sombra del pecado y traer lo nuevo. Hay que eliminar los malos residuos y, para ello, los pecadores encienden hogueras con el fin de que desaparezca el viejo ayer y nos sobrevenga el nuevo mañana. Pero al mismo tiempo sería conveniente honrar a los dioses del hogar, Lares y Manes, así como a los difuntos que dejaron su recuerdo con el poso de la tradición. Lo del fuego está muy claro en este Levante nuestro, ¿no creen? Lo que no sé si se conoce todo el calado que todo esto tiene. ¡Cuántas cosas están pasando en estos días!

Todo ensamblado -primavera, fiestas báquicas y saturnales, hogueras purificadoras- y con el grito del «¡Carpe diem...!» (el espíritu de la frase entera dice «aprovecha el momento, aprovecha cualquier oportunidad y no esperes a mañana, porque puede ocurrir que mañana la oportunidad ya no exista»), con esa tremenda advertencia, entramos en un periodo de reflexión que, como en el caso de la simiente enterrada, eclosionará al sentir el calor del sol y romperá la tierra dando lugar a la flor y el fruto.

Bien, parece que el frenesí se extingue. Suena ya el «dies irae», «polvus eris et in polvus reverteris», y para que quede constancia de la verdad de tan solemne advertencia, los católicos recibirán una cruz de ceniza en la frente que abrirá las puertas de la Cuaresma, y yo creo que un periodo de reflexión en silencio no le vendría mal a nadie, se tengan las creencias que se tengan.