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Joaquín Rábago

El relevo del PP

Hay una ofensiva mediática "tous azimuts", como se diría en francés en tiempos de inglés obligatorio, a favor de Ciudadanos como eventual relevo de un PP que da rápidas muestras de desgaste.

Es una operación lanzada sobre todo desde la influyente prensa madrileña y ciertos círculos del poder económico, preocupados por las repercusiones electorales de tantos casos de corrupción como afectan al partido del impasible Mariano Rajoy.

Ciudadanos, que pareció definirse durante algún tiempo como socialdemócrata, pretende situarse ahora en la estela del liberalismo europeo y no oculta su admiración por políticos como el presidente francés Emmanuel Macron.

Recuerdo cómo en mi época de corresponsal en Bonn, los liberales de Hans-Dietrich Genscher me expresaban su asombro ante el hecho de que en España no existiese ningún partido fuerte de esa corriente y que los liberales que había entonces estuviesen además divididos.

Como liberales en aquel momento se autodefinían en España políticos como Antonio Garrigues Walker, Pedro Schwartz o Ignacio Camuñas, nombres que dirán muy poco a las jóvenes generaciones a las que trata de atraer sobre todo el joven partido de Albert Rivera.

Conviene saber qué se entiende por liberal y sobre todo si nos atenemos a lo que entendía por tal el famoso economista y filósofo escocés Adam Smith, considerado como el fundador del liberalismo económico.

Porque si nos fijamos en lo que dice, por ejemplo, el diccionario, liberalismo es tanto la doctrina política que postula la libertad individual y la iniciativa privada en lo económico y cultural cuanto la actitud que propugna la libertad y la tolerancia en la vida de una sociedad.

En su obra "La Riqueza de las Naciones", Smith se refería al sistema liberal como el que permitía "la libre exportación e importación", es decir, ese "libre comercio" que tanto ha interesado siempre a la nación británica.

Smith fue el gran panegirista de la libertad económica, de la libre contratación entre los individuos, frente a la intervención del Estado propugnada en cambio por los mercantilistas.

Y si bien es cierto que los liberales desconfían de la intrusión del Estado en la economía, ¿qué ocurre cuando ése interviene, como continuamente sucede, no en beneficio del bien común, a fin de reducir las desigualdades, sino para ayudar a la banca y recortar los derechos de quienes protestan contra el actual estado de cosas?

¿Tienen aquéllos algo que objetar a la intervención del Estado en apoyo de las empresas energéticas, al poder abusivo de la industria financiera, a la connivencia con la especulación en el sector inmobiliario, a las obligadas privatizaciones, no en aras de una nunca demostrada eficacia, sino del afán de lucro de los inversores?

¿Dejarán nuestros nuevos liberales de seguir, sin rechistar, como hace el PP, los dictados de Berlín o Bruselas sin que parezcan importarles las profundas consecuencias sociales, además de las económicas, de las medidas que desde allí se nos imponen?

¿Seguiremos con unas políticas desastrosas que, no nos cansaremos de repetirlo, sólo han generado precariedad, empobrecimiento general y éxodo de tantos jóvenes precisamente a algunos de los países que nos imponen la austeridad y que van a beneficiarse así de sus habilidades o su talento?

El escepticismo está por desgracia justificado.

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