Plinio Apuleyo Mendoza cuenta magistralmente la anécdota de aquel joven García Márquez en su primer invierno en París. Para aquel joven colombiano aquello era algo que sabía pero nunca había experimentado. Empapándose de copos, emocionado, soltó esa frase infantil, inolvidable, fantástica: «La nieve, carajo, la nieve».

En nuestra tierra, cuando nieva, no se nos ocurre otra maravillosa tontería que subir a Alcoy, Confrides, Benifato o Jijona y poner un muñequito de nieve en el parabrisas o un montón de lluvia helada con diferentes creatividades y ver si llegamos con eso a El Campello, eso sí, después de comer un arroz al horno, un conill espatarrat o una olleta épica. En estas tierras nieva solo de vez en cuando y hay que aprovecharlo. Y lo pasas bien, porque lanzar bolas de nieve, hacer el ángel, tumbado cual Homer Simpson o crear un muñeco con zanahoria nasal, no es fácil en estas latitudes. Resulta mágico helarte en Benifato y bajar a Benidorm, a El Campello o a la capital y poder tener un subidón hasta los 18 o 20 grados. Eso solo pasa aquí.

Cuantas cosas buenas tenemos por ser lo que somos, estar donde estamos y no terminamos de comunicar. Una tierra única, singular, variada y sin excesivos traumas (y eso que nos empeñamos en crearlos) un lugar del que es difícil no enamorarse, un destino donde se viene para unas horas y te quedas toda la vida.

La primera vez que ves la nieve debe ser como ver el mar por primera vez, experiencia de aquellos pastores trashumantes que se metían en un autobús y se los llevaban a Guardamar o a la playa San Juan. Lo primero que notaban era la sal en su nariz, ambiente salitre que nosotros, por cotidiano, hemos casi olvidado. Veían un mar en calma, un mar que no se encabrita mucho a pesar de su grandeza, dicen que, por eso, aquí los enfados tampoco duran mucho, que estiramos el tiempo y nos extrañamos cuando alguien enferma aquí, porque aquí se viene a curarse.

En fin, hay mucho que ofrecer, por eso hay que cuidar y mejorar lo nuestro. Mi amigo Fernando Valderrama, lúcido arquitecto alicantino, comentaba el anterior artículo con respecto a la importancia del museo de Bilbao, señalando que no fue solo el museo el acierto, fueron años y esfuerzos municipales por mejorar la ría, planificar el urbanismo de forma concienzuda y culminar el proyecto con algo permanente, marketiniano, reconocido mundialmente, como ahora lo hace Málaga, como luego lo harán otras ciudades hacia el siglo XXI. En positivo, a ver cuándo nos toca.