Vivimos en un país donde lo grotesco ha sido siempre un principio activo de la vida social, donde la política, la justicia o la religión han potenciado, engrosado y magnificado algún que otro concepto aledaño como son, sin duda, el de ridículo, extravagante o caricaturesco entre otros muchos. Lo malo no es que la historia nos ejemplifique miles de situaciones esperpénticas, lo peor es que nos acostumbramos a ellas y llegamos a entenderlas como si fueran de una naturalidad flagrante.

No deja de ser interesante que el movimiento que se genera alrededor del esperpento, tenga una gran repercusión social y guste a todos por la posible y factible identificación con él. En el pasado cercano el tonto del pueblo era una figura imprescindible en la configuración social española y en la actualidad pasa a ser un discapacitado que necesita del reconocimiento de sus vecinos para una integración real en su círculo social. Pasar de lo grotesco a lo normalizado es una de las tendencias más arraigadas en la España del siglo veintiuno, aunque sin obviar sus excesos.

Estamos descubriendo todo un universo de posibilidades alrededor de lo surrealista y el esperpento que creíamos haber superado, pero que únicamente se encontraba agazapado esperando su oportunidad. La gente entiende que un político sea corrupto hasta el punto de que en las siguientes elecciones lo vuelve a votar. También entiende que un sacerdote pueda tener sus necesidades humanas y las compagine con la rutina eclesiástica, donde el perdón es el principio básico y todos seremos perdonados. Tampoco deja de entender que no todos somos iguales ante la justicia, no porque eso sea un mantra cualquiera, sino porque la interpretación de la ley depende de personas y estas pueden tener un mal día.

La normalización está siendo el revulsivo de lo que podemos llamar el posesperpento, Esta construcción social renovada implica que tengamos que entender que los ideales de un pueblo están por encima de la verdad hasta el punto de que todo aquello que está fuera de ese ideal no existe o es una posverdad. Desde este punto de vista podemos desarrollar todo un prisma de posesperpentos, donde se puede racionalizar una investidura telemática, una doble investidura, un gobierno a distancia o que estemos cuarenta millones de españoles argumentando todo tipo de gilipolleces alrededor de un posesperpento en clave catalana. Posiblemente cuando despertemos de esta farsa y nos miremos en un espejo plano, seamos capaces de discernir lo grotesco de lo normal y nos riamos de nosotros mismos, porque no es para menos.