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Jorge Fauró

Opinión

Jorge Fauró

Mentiras arriesgadas

Hubo un tiempo en que la democracia norteamericana, joven y sin raigambre histórica, se admiraba desde la vieja Europa (que inventó el sistema en la antigua Grecia) porque había conseguido crear una sociedad que admiraba tanto a sus presidentes como no dudaba en castigarles por sus veleidades o por saltarse las leyes para mantenerse en la Casa Blanca o espiar al partido rival. Aquello duró hasta la etapa Bush Jr. (que mintió descaradamente con la guerra de Irak), se tomó un respiro en los años de Obama, y a partir de la era Trump ya nadie se acuerda de que es el mismo país que echó a Richard Nixon. Los estadounidenses podían perdonar cualquier error de sus mandatarios, salvo la mentira. Clinton no acabó sus días por aquel affaire con su becaria, sino por mentir a la nación pese al aluvión de pruebas. La típica foto maldita del aspirante a presidente con la amante sentada sobre sus rodillas bastaba en EE UU para acabar con una carrera política: si era capaz de ser infiel a su esposa también lo era de engañar a sus ciudadanos. Excesivo, pensarán algunos, pero ese cambio de mentalidad ha llevado al frente del planeta a un tipo como Donald Trump.

El exvicesecretario de organización del PP valenciano, David Serra, para quien el fiscal pide más de 7 años de cárcel por delitos electorales y falsedad documental, declaró ayer en el juicio del caso Gürtel. Quienes conocen bien el procedimiento sitúan su testimonio entre lo más «inverosímil» que han escuchado en una sala. Cada intervención en la que apelaba a su inocencia era rebatida con pruebas irrefutables por el Ministerio Público o por el magistrado, bien con correos electrónicos del exdirigente popular, bien con transcripciones de audio que contradecían su declaración. Se deduce, por tanto, que Serra ha mentido. Si lo hizo ayer, nada indica que fuera diferente en su etapa como cargo público, pero eso ya lo sabemos de muchos de quienes hoy ocupan puestos al más alto nivel. Hemos pisado la Luna y vencido enfermedades, pero en lo esencial, desde Platón y Aristóteles no hemos avanzado tanto.

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