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Desde mi terraza

Ídolos

Que la final de Operación Triunfo registrara una audiencia de más de cuatro millones de espectadores es una muestra de que la sociedad -y no sólo la española- necesita crear ídolos. Y ante tal gentío resulta difícil pensar que se trató solo de jóvenes y adolescentes quienes siguieron la final. El programa suscitó un interés que superó a la primera edición del talent show celebrada hace diecisiete años, la única que lanzó a la fama a un buen número de cantantes que hoy siguen en candelero. Se podrá estar de acuerdo o no con este tipo de concursos, pero lo cierto es que éste ha superado todas las expectativas por el interés despertado: la troupe de jóvenes talentos se convirtió poco a poco y durante tres meses en hijos, hermanos, novios, amigos... y eso está bien porque, entre otras cosas, ayudaron a paliar el desencanto reinante en la mayoría de la juventud española, que ve con desaliento un futuro oscuro. Un programa blanco, como sucede con el exitoso Tu cara me suena, refleja el hartazgo de unos informativos amarillos repleto de hechos violentos, o de la ya cansina situación catalana que, a base de marear la perdiz, ha conseguido que la sociedad española empiece a «pasar» de uno de los momentos más graves por los que ha atravesado España, y que tardará en resolverse; por no hablar del desánimo que produce comprobar que una clase política con muy poca altura domina el panorama; que la corrupción haya pasado a figurar en el cuarto lugar de la preocupación de los españoles es sintomático, y hace pensar que el Gobierno prefiere centrar la atención en el procés y en concursos multitudinarios para que pasen a segundo plano sus numerosos y graves problemas judiciales, situados especialmente en la Comunidad Valenciana. Resta añadir que, desde mi punto de vista, Operación Triunfo ha tenido una producción magnífica y sin escasez de medios. Y es de aplaudir que lo que se hace, se haga bien. Muy distinta fue la gala de los premios Goya, celebrada dos días antes, que se mostró como una de las ediciones más anodinas y aburridas de los últimos años, con unos presentadores sin chispa y unos premiados que se eternizaron en agradecimientos; hasta Marisa Paredes, justamente distinguida con el Goya de Honor por su trayectoria, se mostró hierática y fría; y solo las intervenciones de la vicepresidenta de la Academia, la actriz Nora Navas, que dejó bien claro al Ministro de Cultura una serie de reivindicaciones del sector, y el sincero agradecimiento de Nathalie Poza (¡qué actriz!), muy alejada del glamur reinante, fueron momentos de sensatez. A la Academia del Cine se le está yendo de las manos esta celebración, convertida más en un absurdo desfile de moda que en acto de reconocimiento de talentos, y con una ridícula imitación de los Oscar. Las insufribles tres horas y media de duración tuvieron como principales responsables a los presentadores, probablemente los menos afortunados de cuantos se recuerdan, y que hicieron añorar las estimulantes intervenciones, años atrás, de Rosa María Sardá y Andreu Buenafuente, e incluso a Dani Rovira, que inteligentemente prefirió abandonar este año su cometido para no quemarse. Y puestos a imitar a Hollywood, se hace imprescindible una buena elección del presentador, como sucede en Los Ángeles. La figura del conductor tiene enorme importancia en este tipo de eventos, por mucho que el responsable final es siempre el director de la gala, que debe controlar especialmente el guion y la duración del acto; lo que no ha ocurrido en esta ocasión. Entristece un poco constatar que los ídolos de masas continúan siendo los futbolistas, a los que coyunturalmente se unieron los chicos de O T. Quedaron atrás las pasiones que en su época gloriosa despertaron los toreros, símbolo inequívoco del declive de la mal llamada Fiesta Nacional, y que para muchos, entre los que me incluyo, es un buen síntoma de civismo. El cine, el teatro, la música... despiertan menos pasiones por obra y gracia de unas televisiones, pública y privadas, que les dedican mucha menos atención de la que, en un país que empieza a considerarse culto, sería necesaria y conveniente. Decía una destacada actriz y cantante: «En este país si no sales en la televisión no eres nadie». Y lamentablemente tenía razón.

La Perla. «Yo prefiero hablar bien de mí a hablar mal de los demás» (María Félix, actriz ídolo de México)

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