Hace algún tiempo la Catedrática de Estética Victoria Camps, ante una noticia que aseguraba que la Universidad era una de las instituciones más valoradas socialmente de España, mostraba su sorpresa, y añadía que «los que estamos dentro no lo entendemos». Entonces compartí la opinión de la profesora Camps, que sigo manteniendo ahora, cuando llevo un par de años jubilado de la actividad docente e investigadora, siempre vinculada al campo de conocimiento de la arquitectura y el urbanismo en la Universidad de Alicante. Este distanciamiento me ha permitido reflexionar con más claridad sobre algunas cuestiones universitarias que me preocuparon cuando todavía estaba en activo, y que he podido comprobar que siguen vigentes. En consecuencia he decidido escribir estas notas.

La estructura departamental de la Universidad surgió hace años con la acertada intención de dotar a las diferentes carreras de la Universidad de un instrumento de descentralización con el fin de que la coordinación de los objetivos docentes e investigadores fuese más eficaz y productivo, al mismo tiempo que mejorase la calidad de los mismos. La experiencia me lleva a afirmar que esos fines pueden pervertirse, y el Departamento se convierte entonces en un instrumento de poder y control ejercido por la dirección, creándose así un escenario caracterizado por : ausencia de pluralidad y debate de ideas; sumisión y obediencia a las directrices de la dirección,que nunca son objeto de debate; criterios endogámicos en la contratación de nuevos profesores , en lugar de exigir calidad y experiencia profesional, esenciales para enriquecer la experiencia académica de los profesores jóvenes. De ese modo, las tareas de gestión, en vez de ser un instrumento para innovar la docencia y la investigación, se pueden convertir, en un medio para fortalecer el poder personal de quienes tienen esa responsabilidad. Se da la circunstancia de que, para ciertos profesores, la posesión y dominio de los mecanismos y procesos de la burocracia universitaria se erigen en el bagaje que fundamenta su autoridad en el Departamento, por encima de otras cualidades personales o contenidos docentes y profesionales.

Una de las consecuencias más alarmantes que se deriva de esta situación, es que el Departamento, que debería de ser un espacio donde, entre otros, se fomentase el espíritu crítico de los jóvenes profesores que inician su carrera universitaria, tanto para orientar su mirada sobre la realidad como para hacerse preguntas que puedan incentivar sus inquietudes investigadoras, se convierte en un lugar donde impera el pragmatismo y la atonía moral, en el que difícilmente puede generarse ese clima de libertad necesario para que surjan y susciten juicios críticos y contraste de ideas. Los Consejos de Departamento que he conocido en el último tramo de mi actividad académica se reducían a tediosas reuniones burocráticas en donde las decisiones importantes se llevaban ya resueltas previamente.

La Universidad debería tener entre sus prioridades docentes e investigadoras el compromiso con la sociedad, lo que significa para todos los docentes tomar conciencia del papel de la institución como catalizador social y de progreso. Sin embargo, en el ámbito de mi trabajo académico,ese compromiso ha sido prácticamente inexistente. Para un profesor universitario,debería de ser un deber cívico tomar parte en los debates sociales que se producen cuando por su formación y experiencia puede aportar argumentos para que el resto de ciudadanos puedan orientar sus opiniones con rigor. Además, actuando así, se da un ejemplo ético a los alumnos.

Estoy seguro que en la Universidad de Alicante hay muchas más energías positivas que las negativas que describo, pero ante estas últimas habría que preguntarse: ¿cómo es posible que ocurran estas cosas en algún Departamento y no pase nada?, ¿qué impide que ocurra lo mismo en otros? En situaciones como estas, en vez de preguntar a la Comunidad Universitaria qué hemos hecho para llegar a esto, habría que preguntarle por lo que no hemos hecho para evitarlo.