Del mismo modo que el exceso de limpieza puede facilitar que un recién nacido no desarrolle suficientemente su sistema inmunológico y que sea propenso a padecer diferentes clases de alergias en el futuro, el estilo educativo basado en la evitación de los conflictos y del posicionamiento con el menor, puede ser la causa de graves problemas en sus habilidades sociales durante la edad adulta.

De entre todas esas pautas erróneas, queremos hoy centrarnos en una que puede relacionarse incluso con intentos de suicidio por parte del joven en el futuro: la intromisión.

Imaginemos que Gabriel no quiere hacer las tareas de clase. Tiene 8 años, con lo cual el padre -de forma manifiesta- trata de convencerle para que sea responsable con sus deberes. Sin embargo, en el fondo, teme enfrentarse a su hijo, por miedo a que se deprima o a que acabe odiándole. En consecuencia, tanto el mensaje manifiesto, como el encubierto, se transmiten a Gabriel. Ambos mensajes son contradictorios, así que el niño elige, en este caso, la opción más cómoda. Entonces entra en escena la madre, pidiendo categóricamente que su hijo se ponga con las tareas. El padre, tratando una vez más de evitar el conflicto, se interpone entre ambos y trata de aplacar la intención de su mujer.

Con esta intromisión, se acaba de legitimar la decisión del hijo. El hecho de quitar el poder de la madre tiene sus orígenes en la infancia del propio padre, pero eso es otra historia. El caso es que llegarán nuevos conflictos entre Gabriel y sus tíos en las reuniones familiares, entre Gabriel y una profesora de geografía, entre Gabriel y su novia, cuando cumpla los 16? En todos esos conflictos el padre seguirá entrometiéndose, y su hijo cada vez estará más convencido de que ostenta la verdad absoluta. Su actitud se volverá dogmática, irascible, antisocial en suma, y las personas de su alrededor se irán enfriando. Gabriel no comprenderá por qué todos se comportan así. Se sentirá triste, infeliz, incomprendido, pero siempre creerá tener la razón.

Para más, el padre tratará de normalizar todas las situaciones hablando en secreto con los familiares, los amigos y las parejas de su hijo para tratar de mediar, para convencerles de que no se alejen de él, para justificarle. Así logrará mantener el equilibrio, un falso equilibrio, un equilibrio insano. El padre pasará toda su vida esclavo de esta necesidad de salvar a su hijo, alimentando la dependencia patológica entre ambos, en lugar de permitir, hoy, cuando Gabriel tiene sólo 8 años, que experimente las consecuencias de sus actos. Cuenta con la capacidad para ello, y aún está a tiempo.