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La democracia cristiana en España, empeño imposible

Tras la II Guerra Mundial y prácticamente durante toda la segunda mitad del siglo XX, la política en la Europa occidental pivotó en torno a dos grandes corrientes ideológicas: la socialdemocracia y la democracia cristiana. De este modo, las grandes formaciones políticas representantes de ambas corrientes se alternaron en el poder en países como Alemania, Suecia, Holanda, Dinamarca e incluso en Italia, con el matiz de que el rival de la todopoderosa Democracia Cristiana italiana no era el casi insignificante Partido Socialista Italiano sino el PCI, durante décadas el partido comunista más importante de la Europa occidental. Sin embargo, en España, paradigma de nación católica y, en palabras de Menéndez Pelayo, auténtico "martillo de herejes", las cosas discurrieron por otros derroteros. No voy a tratar de explicar aquí los múltiples y complejos motivos por los que en nuestro país no llegó a implantarse un partido democristiano propiamente dicho, tema por otra parte objeto de debate y estudio por muchos politólogos, entre otros el profesor Buznego; pero sí me permito pergeñar una serie de ideas al respecto, destacando, sobre todo, la figura de un personaje crucial para explicar el fracaso de una opción demócrata cristiana patria, como fue don José María Gil Robles. En un libro de memorias de significativo título, "No fue posible la paz" (1968), Gil Robles nos relata de manera pormenorizada sus esfuerzos para construir un proyecto político posibilista y de derechas dentro del régimen republicano, alejado de extremismos y que supusiera una alternativa viable para las clases medias y la burguesía republicana a los partidos de la izquierda republicana con Azaña a la cabeza. En manos de los historiadores está el juzgar si esta era realmente la intención del que muchos de sus seguidores denominaban "el Jefe" (término de claras reminiscencias fascistas), o, por el contrario, su propósito era el de llegar al poder por medios democráticos, para, una vez allí, instaurar un régimen de corte corporativista y autoritario, a imagen y semejanza del canciller Dollfuss en Austria. Los hechos, no obstante, desmienten esta segunda opción, a pesar de que, paradójicamente, fue la utilizada por las formaciones situadas más a la izquierda del espectro político durante la II República (comunistas, socialistas y anarquistas) para justificar su alzamiento contra la legalidad republicana en octubre de 1934. Como el propio Gil Robles destaca en su libro de memorias, pese a ser el líder de la derecha republicana rehusó, en la crisis de gobierno de la primavera de 1935, pelear por la jefatura de un gobierno, a la que estaba plenamente legitimado por ser su partido, la CEDA, el grupo más votado y numeroso en las Cortes, y ello, según sus propias palabras, para no poner a la República en una "situación insostenible"; meses después, se negó a participar en el alzamiento militar (de cuyos prolegómenos fue, significativamente, mantenido al margen por los propios conspiradores), y ya con posterioridad llegó a militar activamente en el antifranquismo, con episodios tan relevantes como su participación en el llamado "Contubernio de Munich", siempre dentro del ideario democristiano y monárquico. En este sentido, recuerdo haber leído una entrevista al ex teniente general Andrés Cassinello, en la que el antiguo miembro de los servicios de información del ejército franquista reconocía que, en los años 60 y 70, las auténticas bestias negras del régimen eran el partido comunista y Gil Robles, por encima, incluso, de un partido socialista al que consideraban totalmente inoperante. Y, curiosamente, fue este alejamiento del régimen franquista y su negativa a participar e incluso a contemporizar con la dictadura lo que le impidió, una vez muerto el dictador y ya en plena Transición, jugar un papel político significativo, evitándose así que fructificara, en nuestro país, un partido cristiano demócrata a imagen y semejanza de lo que acontecía en el resto de Europa y en Latinoamérica. Lo cierto es que, a la muerte de Franco, existe ya una nueva generación de políticos democristianos (muchos de ellos en la órbita del "Opus Dei"), que habían empezado a ocupar puestos de relevancia en el régimen anterior a partir de su apertura en los años 60 y que, en ese momento, optan por integrarse en las distintas formaciones de centro derecha que van cristalizando en el panorama político español, en vez de aglutinarse en una opción genuinamente democristiana. Así, nombres como los de Federico Silva Muñoz, Íñigo Cavero, Landelino Lavilla, Alfonso Osorio o Marcelino Oreja se incorporan a una recién constituida Unión de Centro Democrático (UCD) o a la Alianza Popular (AP) de los siete magníficos; formaciones en las que, en la mayoría de los casos, jugaron un papel muy relevante. Y fue esta democracia cristiana, colaboradora con el franquismo, la que se hizo con la marca, relegando a viejos opositores antifranquistas ya por aquel entonces apartados de los centros de poder, como Ruiz Giménez y el propio Gil Robles, a la irrelevancia política. A todo ello, tenemos que añadir la negativa de la Conferencia Episcopal, con el cardenal Tarancón a la cabeza, a promover o incluso avalar un partido confesional, de claro perfil ideológico. Así, el retraimiento de la jerarquía católica a patrocinar una formación política genuinamente católica (limitándose a pedir el voto confesional, como mal menor, a la UCD), junto con las continuas fragmentaciones, divergencias y escisiones en el seno de la recién constituida Federación de la Democracia Cristiana (FDC), supusieron, de facto, la puntilla definitiva a la opción encabezada por el propio Gil Robles, el cual, en las elecciones de 1977, no pudo ni siquiera conseguir su propio escaño, optando, entonces, por retirarse de manera definitiva de la política activa hasta su fallecimiento, acaecido apenas tres años después. Y son todos estos antecedentes, junto con el papel aglutinador y hegemónico del refundado Partido Popular en todo el espectro de centro derecha nacional (al menos hasta el día de hoy, con la amenaza de Ciudadanos), los que explican que, parafraseando al prócer democristiano, no fuera posible una auténtica opción cristiano demócrata en nuestro país.

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