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Vuelta de hoja

Una comida real

Hay una locución latina, creo que también término jurídico, que reza: «Excusatio non petita, accusatio manifesta». Algo así parecen indicar los vídeos que últimamente los gerifaltes de turno se aprestan a protagonizar y a difundir por el orbe. Uno de los más desopilantes fue el que se marcaron no hace tanto los barandas del PP. El docudrama llevaba por título «Aún queda mucho por hacer». Pretendían que el ciudadano supiera lo buenos y responsables que son, aunque declaraban con la boquita pequeña, muy pequeña y carita compungida, como de estreñimiento crónico, que habían tenido pequeños fallos. Una birria de autoinculpación, vaya. Empezaba el reality con el gran M. Rajoy y una de sus habituales marianadas: «Lo que da fuerza es hacer aquello que crees que debes hacer». Claro, es bastante común, no solo en el terreno de la política que uno haga lo que cree que debe hacer como yo, por ejemplo, que estaba sentado en el retrete haciendo lo que creía que debía de hacer de resultas de un apretón de yeyuno y pensé: «Creo que en acabando lo que estoy haciendo debo ir a escribir la columna del domingo». Y aquí me tienen, aliviado de vientre y haciendo lo que creo que debo hacer. Ahora, para surrealista, la intervención de Carlos Floriano, que más parecía el fragmento de un poema futurista que otra cosa: «Nos ha faltado darle un poco de piel a cada cifra positiva». Yo no sé a qué cifras positivas se refería el político/poeta, ni a qué piel, pero para cifras positivas las de los papeles de Bárcenas que podrían hacer con ellos un bonito volumen encuadernado en piel de carnero y luego, rollo facsimilar, regalárselo a esas familias que lo están pasando mal, que decía Javier Arenas, y que aumentan el nivel de exigencia política. Ahí tienen ustedes, pobres arrapiezos, un regalito. Nuestras cifras positivas encuadernadas en piel. No se preocupen que aumentaremos el nivel de exigencia política. Estamos en ello. También Cospedal intervino con prístina dulzura monacal y dijo aquello de que «igual teníamos que estar más cercanos a la gente». ¡No, por Dios, doña Cospe! ¡Vade retro, Satán y cata la cruz! ¡No se acerquen más o nos veremos obligados a esconder la cubertería y las joyas de la abuela! En fin, todo muy beatífico y natural. Ahora, para natural el vídeo de los reyes, ese donde se cantan las excelencias y lo espartano de la convivencia real (je). Nunca en mi vida he visto comida más frugal y mesa más pobre que la de los reyes. Para mí que a los tramoyistas se le fue de las manos eso de aparentar austeridad. Cuatro platos, cuatro vasos, un frasco de agua y un sopicaldo de más acelga que ternero que sólo con verlo daba agonía, y punto. Ni una triste papa frita, ni unas olivas, ni un miserable entrante, ni un bote de Fanta. Eso no era una comida, era una invitación en toda regla a mamarte una depresión de caballo. «Papi, ¿cuándo comemos? Luego, cuando se vayan estos señores de las cámaras».

A parte de simuladores y fingidores son pésimos para poner en escena sus burdas patrañas. Por cierto, se les escapó un detalle. La comida no se la sirvieron ellos mismos sino dos brazos fantasmales que aparecieron de la nada con el engendro de comida. Vaya, los espartanos tienen servidumbre. Qué fallo, caramba. Una familia, una familia como cualquier otra, un dechado de pulcritud, de empatía con los que comemos (los que tenemos la fortuna de comer de caliente dos veces al día) la aguachirle nuestra de cada día. Qué candidez, qué pureza, qué dulce representación del teatro del absurdo, qué niñas más monas y educadas, qué cercano y menestral se ve palacio, qué lámpara de mil brazos encendida a plena luz del día, qué bonitas vistas a los jardines palaciegos, qué guapos y qué repeinados, qué vulgar insulto a la inteligencia, qué necia representación, qué grima dais, coño.

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