Piense en un día caótico. Se lo multiplico por dos o por tres, incluso. Una mudanza que parecía no ser para tanto, pero de pronto resulta que salen mil cajas; una multa por estar mal estacionada la furgoneta, lo que no es de extrañar porque no hay ningún carril de carga y descarga cerca, pero sí la policía a la que salta; noticias inquietantes en mitad del traslado; el ascensor que se queda atascado y los ascensoristas deciden que no era para tanto y se van a comer, pese a estar advertidos de que es una comunidad con minusválidos; el chorreo a la de atención telefónica del ascensor; la mesa que al moverse se desploma destrozada, por milagro sin estar mis pies debajo, pero ya no será necesario subirla a Wallapop. Para colmo, al bajar a comer, aprovechando las tres horas y media que tardan en venir los ascensoristas, vemos que hay una vecina anciana en el portal, sentada con resignación en su andador. Almodóvar habría inmortalizado ese momento de Gerardo, el señor que hace la mudanza, acompañando a la vecina escaleras arriba, con mucha consideración. Y luego está la furgoneta de la mudanza, que no se lo cuento, pero que sin duda es única. Me subo a ella agotada, con la cinta americana de propaganda y la lámpara que no funciona pero decora, últimos vestigios de lo que me dejo atrás. No me sacudo las zapatillas, como la santa de Ávila, sino que doy gracias por todo lo hecho hasta la fecha.

La vida está hecha de momentos así, aunque la mayoría no sean tan intensos como estas últimas horas. Y, aunque nos queramos parar y bajarnos a veces, tal cosa no es posible. Sólo nos queda seguir pedaleando, no hay otra opción. Muchas personas tienen problemas muy serios y, sin embargo, contestan con una sonrisa cuando les preguntas cómo están. Y he observado que normalmente los que más problemas tienen a veces son de los que más sonríen, contrariamente a lo que parecería lógico. Y esa sonrisa es un bálsamo.

Para problemas, los de la joven madre latinoamericana que abandonó a su bebé a la puerta de una iglesia en estos días y hoy está detenida. Parece cosa de otra época, pero ha sucedido ahora. La persona que se encontró al bebé dijo que se notaba amor por la situación en que se hallaba la criatura, pero también desesperación por el hecho en sí. Y a mí estas palabras me han calado, por lo difícil que es sentir compasión en nuestros días.