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Juan José Millas

Tierra de nadie

Juan José Millás

El color de tu piel

En su libro Armas de destrucción matemática, Cathy O´Neil llama «dinero bobo» al mío, quizá al de usted, lector. O sea, al dinero pequeño, que es el que más trabajo cuesta reunir. Cathy O´Neil es una estadounidense dotada de una capacidad fuera de lo común para explicar de qué manera los algoritmos intervienen en nuestra vida. Un algoritmo es un conjunto de prejuicios capaz de establecer modelos generadores de realidad. Significa que la persona que lo crea se retrata en él, a veces se caricaturiza. A lo mejor a usted le ha extrañado que en la recepción de los hoteles, de un tiempo a esta parte, le pregunten por el distrito postal en el que vive. También lo hacen en algunas tiendas, al pasar por caja. Es una pregunta que choca por inocente. Así al menos lo creía yo hasta que leyendo el libro de O´Neil caí en la cuenta de que ese dato revela (aunque no siempre) tu clase social. De tu supuesta clase social, se deducen tu capacidad de gasto y tu solvencia crediticia, quizá el color de tu piel. Y así, de deducción en deducción, el algoritmo va creando una fotografía basada en una mezcla de realidad y ficción.

Si usted pensaba que no sabía lo que era un algoritmo, estaba equivocado: lo sabía, aunque ignoraba que lo sabía, como el poeta que escribe en endecasílabos sin saber contar las sílabas. Solo necesitaba verbalizarlo. Es lo que hace la autora de este libro: poner palabras a una sospecha que no nos atrevíamos a manifestar porque ¿a quién no le dan respeto las matemáticas? Resulta que el temor reverencial que sentíamos por ellas no era la prevención normal ante lo extraño, sino el pánico ante lo familiar. Las matemáticas son las que deciden si a usted le conceden un préstamo hipotecario o no; si su curriculum vitae pasa a la segunda fase de selección o no, por poner dos ejemplos. Los asuntos más delicados de nuestras vidas no los deciden seres humanos sentados detrás de una mesa, sino programas informáticos creados en parte con datos de verdad y en parte con datos supuestos. Si las preferentes, y ahí va un tercer ejemplo, arruinaron a tantos modestos ahorradores, fue porque esos programas deciden qué hacer también con el «dinero bobo».

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