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Antonio Sempere

En pocas palabras

Antonio Sempere

Querida Toñi

Mi amiga Antonia Cuartero acaba de jubilarse como profesora de Lenguas Clásicas del Instituto Figueras Pacheco de Alicante, después de haber dedicado los últimos 39 años a una docencia apasionada. Pese a todo lo que ha llovido, y más sobre las Humanidades, en las últimas cuatro décadas. En nuestra amistad, que ha corrido en paralelo durante todo este tiempo, apenas ha habido discusiones. Nuestras afinidades siempre han estado muy por encima de las esporádicas discrepancias.

Pero, ay, con el valenciano hemos topado. Es sólo mentarlo, y entonces mi amiga Toñi sí me ha sacado el hacha que siempre guarda en el bolso. Hija de alicantinos valenciano parlantes, su lengua es sagrada. Lo que respeto profundamente. Si esta es la reacción de una amiga incondicional, pueden imaginar las de otros que no lo son tanto, cada vez que aludo a la cuestión en alguna columna.

De ahí que, en defensa propia, desee aclarar de una vez por todas cuál es mi posición al respecto. Mi abuelo Antonio Sempere, de Monóvar, era valencianoparlante de cuna. Pero se enamoró de una Virtudes villenera, parienta de Chapí, predominó el matriarcado y los descendientes dejamos de ser bilingües. Mi primera zambullida en la práctica de la lengua valenciana se produjo por inmersión, cuando en 1º de BUP (año 1976, Instituto Hermanos Amorós) nos obligaron a sentarnos por orden alfabético, por lo que yo me vi rodeado 7 horas al día por 5 Semperes y un Silvestre Beneito procedentes de Bañeres, Castalla y Onil. Para nada fue traumático. Todo lo contrario. La experiencia me ayudó a que años más tarde pudiese sacarme con cierta facilidad la correspondiente titulación en valenciano. Lo que no fue óbice para que, una vez instalado en Alicante, me llevase un buen chasco al comprobar el escaso uso que se hacía de la lengua propia en la ciudad. Mi aterrizaje se produjo en 1980, pero precisamente porque también soy muy sensible a la cuestión lingüística, me produce desazón que transcurridos casi cuarenta años, el uso del valenciano en la calle continúe siendo tan escaso. Lo que expreso como un lamento.

Mi Alicante es el de José Luis Ferris, Juan Antonio Roche Cárcel y Carmen Marimón, Nacho Rodes y Antonio Dopazo, Luis de Castro, Paco Huesca, Juan Luis Mira y Fele Martínez; de Santiago Linares y Susana Llorens; de Gonzalo Eulogio, Augusto González Braña y Vicente Seva; de los alcaldes Luna, Alperi, Castedo y Echávarri; y el de Martínez Bernicola, Edel Gambín, José Ramón Giner, Carlos Mateo y Santiago Varela; de los festeros Andrés Llorens, José Manuel Lledó, Manolo Jiménez, Juan Carlos Vizcaíno o Emilio Carretón Choque.

Callejeo sin auriculares, con la antena bien puesta. Y en el bus, en el Tram, en la Tesorería de la Seguridad Social de la calle Mayor y en los mostradores del Centro de Salud de la plaza Santa Faz a espaldas del Ayuntamiento, y el de la Biblioteca Pública del Paseíto Ramiro, y no será por horas afinando el oído, pasan semanas en las que a duras penas escucho una sola palabra en valenciano.

Y mira que me gustaría. Normalizaría una situación que estimo anómala, y que a mí particularmente me descoloca. Por eso rogaría a mi amiga Toñi Cuartero y al resto de quienes me conocen bien, enterrasen el hacha de guerra. Estamos mucho más de acuerdo de lo que imaginan. Mis apreciados Morán Berruti, Ismael López Belda o Lluís Guerrero Celdrán lo entienden bien. Otros parece que no tanto.

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