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Opinión

La dimensión humana del mito

«Uno de mis mayores empeños es no tirar ningún día a la basura». Palabra del número uno del mundo, Rafa Nadal, que ayer por la mañana se trató de la lesión en el psoas que le retiró del Abierto de Australia y por la noche se trasladó a Mallorca para preparar su reaparición a finales de mes en Acapulco. Apenas una semana después del «accidente inesperado» de Melbourne, y en el mismo día, el mejor deportista español de todos los tiempos hizo escala por la tarde en Alicante para repasar las claves de su impresionante carrera.

Fiel a su compromiso, no tira a la basura nada de su tiempo y confiesa que, llegado el caso, puede dudar de su juego e incluso de sí mismo, pero nunca le pierde la fe al esfuerzo ni al tesón: «La confianza se recupera con el trabajo diario».

En efecto, la constancia, la entrega y la resistencia a la derrota, junto con sus enormes cualidades como tenista, han situado al jugador de Manacor en el olimpo del deporte mundial y ya está en los libros de historia con sus 16 Grand Slam y 30 Masters 1000. Pero su grandeza también está en su sencillez.

Por eso se gana a la gente cuando reconoce que su última visita a Alicante fue para asistir a un concierto de Julio Iglesias y cuando asegura que «en España se vive mejor que en ningún otro sitio» y rechaza la tendencia actual hacia la autoflagelación sobre la marcha del país.

Superman en la pista y Clark Kent en la vida real, como le define John Carlin en su biografía oficial, la normalidad es otro gran atributo de su personalidad. Así, admite que no está preparado para hacer diagnósticos sobre el cambio climático y que no es quién para opinar sobre sus mejores partidos.

En el fondo, su enorme capacidad de conexión con la gente reside en que, más allá de su portentosa talla como deportista de leyenda, Nadal es uno más, uno de los nuestros, que no teme dejar la raqueta porque tiene otras cosas en la vida que le llenan y le acercan a su principal objetivo: ser feliz. Como cualquiera, como todos.

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