Una de las fantasías recurrentes del ser humano es la de pensar que toda su existencia se encuentra libre de condicionantes. Tener la sensación de que una persona es libre en cuanto a todos y cada uno de sus actos, se convierte en una condición humana deseable y perseguible, a pesar de que como sabemos no deja de ser una auténtica quimera. Los acontecimientos en la vida siguen una sucesión lógica de desarrollo, donde los primeros van marcando a los siguientes y así sucesivamente. Siempre se ha dicho, y posiblemente con toda la razón, que la infancia marca la edad adulta y esta, a su vez, a la vejez.

Lo normal es que una persona se sienta libre en la elección de sus actos hasta que cae en la cuenta incontestable de que su libre albedrío en realidad está supeditado a alguna forma de determinismo previo. La sensación de libertad se difumina cuando al adoptar una decisión determinada somos conscientes de que hemos estado influenciados de alguna manera por factores internos y externos a nosotros mismos. No se puede decidir en libertad si los condicionantes que median en la determinación a tomar, están sujetos a la libertad de los demás, a las normas sociales o al miedo a equivocarte en función de malas soluciones seguidas anteriormente.

Decimos que estamos emocionalmente equilibrados cuando somos capaces de mirar hacia nuestras emociones de forma directa y sin sentir ningún tipo de miedo, flaqueza o desolación. Cuando somos conscientes de que todo marcha bien en nuestro interior y no necesitamos de ningún apoyo extraordinario para mantener a flote nuestras decisiones cotidianas. Cuando estamos seguros de que nuestros sentimientos se mantienen estables a pesar de los vaivenes de la vida. Cuando somos consecuentes entre lo que pensamos, decimos y hacemos.

Las emociones son una marca personal e individual de cada persona que la hace predecible ante sus comportamientos. A pesar del libre albedrío nos podemos anticipar a las respuestas de los demás si somos conocedores de sus emociones. En muchas ocasiones la razón es la que marca la diferencia entre lo esperado y lo que finalmente sucede, pero esa razón también es parta integrante del baluarte emocional de una persona, por lo tanto seguimos inmersos en una misma línea emocional que determina el comportamiento individual de cada cual. Es indudable que la previsibilidad es consecuencia directa del determinismo emocional.