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Desde mi terraza

La cruel ilusión

He seguido el programa Operación Triunfo (ya saben, cada lunes con la bandeja de la cena frente al televisor) hasta el punto de llegar a considerar de la familia a los «triunfitos», y también hasta el punto de sentir como un fracaso personal cada expulsión. Ciertamente los diez y seis jóvenes participantes pueden considerarse unos privilegiados al recibir durante tres meses las clases, consejos e indicaciones de expertos en las diferentes disciplinas necesarias hoy para enfrentarse a un escenario con la perspectiva de alcanzar la fama a través de la música. Pero cada expulsión suponía un quiebre en la ilusión del afectado, y el público desde sus casas, especialmente los jóvenes y adolescentes, han hecho suyo el pequeño fracaso semana tras semana.

En la última entrega se eligió a la canción que representará a España en Eurovisión; bien, yo diría que se eligió a un cantante (en este caso, dos) en lugar de una canción. Y es que me parece un error que sean los votos de los televidentes los que decidan la canción triunfadora: eso de que el público siempre tiene razón es una falacia, y ahí tienen el resultado: un merengue con alto contenido en azúcar, defendido por una almibarada pareja que han hecho de su encuentro amoroso ante las cámaras algo realmente impúdico. Y el éxito o fracaso que la canción seleccionada tenga en el macro concurso televisivo (no olvidemos que los millones de europeos que votarán no conocen a la pareja elegida ni sus escarceos amorosos), habría sido más seguro si se hubiera elegido otra canción de más calidad, que las había. Por eso defiendo que la palabra final debería tenerla un jurado especializado, que eligiera tres de las diez canciones finalistas votadas por el público, y finalmente la ganadora. Habría sido más democrático y, como digo, más seguro. Sea como fuere, Alea jacta est, la suerte está echada y ojalá el éxito corone esta «operación» porque entre otras cosas servirá para que los españoles se olviden un poco del procés.

Justo el día anterior presencié en el escenario del Teatro Principal la materialización de otra ilusión: el actor José Luis Gil conseguía lo que, según sus propias palabras, persiguió durante sus ya largos años de profesión: meterse en la piel de Cyrano de Bergerac. Cyrano está basada en las andanzas del poeta y dramaturgo francés Hercule Savinien de Cyrano de Bergerac, que dos siglos más tarde convertiría en pieza teatral Edmond Rostand, y que hoy es una de las obras teatrales más populares y conocidas en el país vecino, abordada por los más grandes actores franceses, desde Jean Paul Belmondo en teatro, hasta Gerard Depardieu en el cine. Se trata de un gran fresco de la Francia del siglo XVII, y ponerla correctamente en pie exige gran presupuesto y casi cincuenta actores; yo mismo tuve ocasión de ver la versión del Magic Circus, en París, dirigida por el enfant terrible del teatro francés Jerôme Savary, en una gran producción en la que en el escenario había hasta gallinas!

Bien, José Luis Gil, es un actor con los talones pelados de tanto pisar escenarios, al que le llegó la fama con la televisión y el popular programa Aquí no hay quien viva, representando al entrañable presidente de la comunidad de propietarios de un edificio muy singular; y José Luis ha aprovechado la notoriedad televisiva embarcándose personalmente en una empresa que le permitiera alcanzar el sueño de ser, por fin, Cyrano. Emociona ver su interpretación, vehemente, poética y llena de sinceridad; pero el espectáculo hace aguas precisamente por la escasez de medios que obliga a desempeñar los numerosos personajes con solo siete actores y un decorado minimalista, muy alejado del realismo y grandiosidad escénica que la obra pide. Sea como fuere, nos encontramos con otra ilusión cumplida aunque como en el caso de Operación Triunfo pueda convertirse en una cruel ilusión. Pero ilusión, al fin y al cabo.

Rectificación: En mi último artículo, Los años, califiqué La Perla como de autor anónimo, cuando en realidad pertenece al poema «¿Qué cuántos años tengo?», del nobel portugués José Saramago.

La Perla. «Tengo trucos en el bolsillo -y ases bajo la manga- pero soy todo lo contrario del prestidigitador común. Éste les brinda a ustedes una hermosa ilusión con la apariencia de la verdad. Yo les doy la verdad con la apariencia de la ilusión». (Tennessee Williams, dramaturgo americano)

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