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Joaquín Rábago

Alemania, un país todavía mental y económicamente dividido

Han pasado ya casi treinta años desde que cayó el muro de Berlín, pero todavía muchos denuncian que la unificación del país no se ha dado en el aspecto económico ni muchas veces tampoco en las mentalidades.

Empresas y particulares de la Alemania capitalista cayeron como buitres sobre la otra parte del país y se hicieron con lo mejor, desde las fábricas hasta los inmuebles, a precio de saldo, se quejan amargamente muchos germano-orientales.

Y la división del país, que continúa en muchos aspectos de la vida, afecta también, como señala el semanario Der Spiegel, a la diferente reacción de los ciudadanos frente a la política exterior de Rusia.

Así, mientras los "wessies", como se llama coloquialmente a quienes viven en la antigua Alemania occidental, critican la anexión de Crimea y apoyan mayoritariamente las sanciones contra Moscú, los "ossies" - los alemanes del Este- empatizan por lo general más con los rusos.

Los dirigentes de los "laender" (Estados federados) de la antigua Alemania comunista, desde Brandenburgo hasta Sajonia, abogan por que se ponga fin a las sanciones, entre otras cosas porque perjudican sobre todo a las empresas germano-orientales, tradicionalmente más ligadas al vecino ruso.

El jefe del Gobierno de Turingia, Bodo Ramelow, del partido Die Linke (La Izquierda), cree que las sanciones ya no tienen sentido y que el conflicto en torno a Ucrania no debe resolverse con medidas "simbólicas a costa nuestra".

Su colega socialdemócrata de Brandenburgo, Dietmar Woidke, aboga también por el "diálogo" y la "colaboración" con los rusos "en beneficio de la coexistencia pacífica".

Hace unos días, el ex canciller socialdemócrata Gerhard Schroeder, consejero del grupo energético Rosneft, estuvo en Schwedt, ciudad de Brandenburgo que acoge una refinería de esa empresa rusa.

Junto a él acudió el presidente de Rosneft, Igor Setchin, que no puede viajar a Estados Unidos por figurar en la lista de sancionados por Washington.

Entre las empresas germano-orientales que lo han perdido todo por culpa de las sanciones contra Rusia está también Induestriemontagen Leipzig GmbH (Imo Leipzig) , un grupo que data de antes de la Primera Guerra Mundial.

Su ex director general, Wolfgang Topf, que fue durante muchos años presidente de la Cámara de Industria y Comercio de Leipzig, culpa de la quiebra de la empresa, que llegó a fundar una filial en San Petersburgo, a las sanciones contra Rusia.

Mientras presidía la Cámara de Industria de Leipzig, Topf publicó junto a varios de sus colegas germano-orientales un documento que denunciaba las sanciones por contrarias a la tradición de Sajonia, que siempre mantuvo estrechas relaciones con Rusia.

Según Der Spiegel, en 2014, cuando la UE decidió castigar económicamente a Rusia, las empresas de Sajonia exportaban a ese país mercancías por valor de 1.100 millones de euros, pero dos años más tarde, las ventas se habían reducido prácticamente a la mitad.

Muchos germano-orientales no ocultan su decepción con la canciller Angela Merkel, que aunque se crió en la antigua Alemania comunista y aprendió allí, como todos los escolares, el ruso, no parece entender, según ellos, el daño económico que causan las sanciones.

El descontento con la política hacia Rusia no es exclusiva de la izquierda, sino que se da en todos los partidos: así en los Estados federados de Sajonia-Anhalt y en Turingia, cristianodemócratas, socialdemócratas y Verdes reclaman que se dialogue con Moscú.

El resentimiento que provoca lo que muchos de ciudadanos germano-orientales consideran una falta de atención a sus problemas es mientras tanto agua para el molino de la extrema derecha: la de Alternativa para Alemania y Pegida.

Muchos germano-orientales denuncian lo que consideran ciego seguimiento por Berlín de la política de EEUU mientras simpatizan con el presidente ruso, Vladimir Putin, y creen que en Alemania hace falta un "hombre fuerte" como él, capaz de garantizar "la ley y el orden". Deriva peligrosa.

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