Tengo instalada una aplicación en mi móvil que me acompaña desde los tiempos en que dejé de fumar. Básicamente consiste en ir contando el tiempo que llevas sin probar un pitillo a la par que te va dando ánimos según vas avanzando en tu camino hacia la desintoxicación: «Enhorabuena, su presión arterial está volviendo a la normalidad»; «¡Muy bien, ya lleva una semana sin fumar!»; «Ánimo, hoy recuperará totalmente su gusto y olfato»... y así toda una retahíla de mensajes estimulantes que se van sucediendo en el tiempo. Pueden parecer banales, pero les aseguro que en tiempos de abstinencia, aquellos mensajitos cumplieron con creces su función motivadora. No vendría mal en el universo blanquiazul, una aplicación semejante para ayudarnos a sobrellevar los lunes de pasión. Lo mejor sin embargo, es el apartado donde se va indicando el dinero ahorrado y también los días de vida «ganados» al abandonar el vicio. Lo de los días tiene su aquel, aunque sinceramente, uno busca más calidad que cantidad en el tiempo que le queda. Pero lo del dinero me ha venido especialmente bien para evitarme cargos de conciencia a la hora de permitirme algunos caprichos, que por cierto, ya han cubierto con creces lo comido por lo servido; incluso varias veces; incluso en varias vidas.

Uno de ellos es adquirir de vez en cuando, un libro de gran formato, de esos que tienen fotografías enormes que permiten pasarse las horas muertas perdiéndose en sus detalles. Me pirran. Libros de viajes, de aviones, de barcos, de ciudades, de naturaleza? todos siempre con ese aire de aristocracia que les aporta su tapa dura y volumen.

Uno de mis preferidos es «The Beautiful Game». Un recorrido por aquel fútbol de los años setenta con el crecimos felices los de mi generación. Una década que alumbró tres los mejores mundiales de siempre, y en la que aparecieron las primeras verdaderas superestrellas del balón. Pelé, Best, Beckenbauer, Cruyff, Kempes y demás figuras de patillas y pantalones de pata de elefante, todos ellos en las antípodas del estereotipo actual de tatuajes y peinados imposibles. Tipos normales, que sufrían, se divertían, reían, lloraban, y hasta bebían y fumaban sin disimulo. Tal y como se dice en su contracubierta, «un tributo fotográfico a la época más bonita del fútbol». Qué nos van a contar nosotros que no sepamos, ¡vivan los 70!

Mi última adquisición es uno llamado «Before they pass away», que traducido viene a ser algo así como, «antes de que pasen a mejor vida». Un libro grandioso, épico, enorme; también en el precio. Su autor, Jimmy Nelson, se ha empeñado en viajar alrededor del mundo fotografiando algunas de las etnias y pueblos que la globalización ha puesto al borde de la extinción. Es difícil hojear el libro y no conmoverse por el incierto destino de estas culturas ancestrales pertenecientes a las más diversas latitudes del planeta.

No sé si la globalización terminará por arrasar también con el fútbol local, pero tal y como está el patio, no me extrañaría un día encontrar entre la sección de los Masáis y los Pigmeos, las imágenes de un grupo de herculanos, con sus camisetas y bufandas blanquiazules, mirando fijamente a cámara como en un mudo reproche a la torpeza de unos y la indiferencia de otros.

No somos nadie. Pero tras el enésimo batacazo, la vida sigue a pesar de todo. Trascurre la semana y vuelve a salir el sol, y así, casi sin darte cuenta, ya estás de nuevo con un ojo en Bruselas y otro en la clasificación, mientras piensas para tus adentros: «No queda otra que ganar en Badalona». Maldito vicio.