El privilegio de acceder a los estudios universitarios debería acarrear alguna responsabilidad: una de las más importantes es que una persona que haya pasado por la Universidad debe salir de ella con un hábito de lectura sostenible durante toda su vida. Porque solo leyendo de manera habitual conservamos nuestra condición de universitarios. Hay carreras que, en la actualidad, prácticamente garantizan el analfabetismo funcional: se sabe leer y escribir, pero, en la práctica, ni lo uno ni lo otro. Al margen de la carrera elegida, resulta estremecedor en muchos casos contemplar la biblioteca particular de una persona recién licenciada. Incluso, en carreras humanísticas en las que resulta más fácil que los estudiantes disfruten con la lectura ?porque sería de juzgado de guardia lo contrario-, sorprende averiguar el escaso número de libros indispensables trabajados como estudiantes universitarios. Me temo al respecto que, por ejemplo, un estudiante de Periodismo de cualquier Universidad española terminará su grado con menos de una docena de libros obligatorios trabajados durante cuatro años. Así de descorazonador.

De lo que se trata por tanto es acercar al estudiante universitario a libros que, desde nuestro punto de vista, resultan imprescindibles, tanto moral como intelectualmente. Porque ver Telecinco, leer a Ken Follet y escuchar a Julio Iglesias (padre o hijos, tanto da), permite comprender el espíritu, el zeitgeist, de los malos tiempos en los que vivimos. A Donald Trump, Vladimir Putin, Mariano Rajoy, Theresa May o, Emmanuel Macron, les viene estupendamente contar con electorados alejados de cualquier hábito cultural. Todos ellos son un buen ejemplo de incultura y de zafiedad. Comparar a Angela Merkel con M. Rajoy es como poner juntos a de una estadista y a un presidente de escalera. Que, en nuestro caso, Rajoy represente a más de 45 millones de españoles y españolas obliga a recordar la ingeniosa frase de Juan Valera, de 1876, pero aplicable perfectamente a nuestros días: «Todos convienen en que España, social, política y económicamente considerada, está bastante mal. Salvo Turquía, quizá no haya en Europa otro pueblo que en esto nos gane. En cuanto a estar mal, somos potencia de primer orden». Por no hablar del pasado reciente de la Comunidad Valenciana y del beato Francisco Camps.

Por eso es absolutamente necesario que nuestros jóvenes lean a autores ?permítanme que elija a mis favoritos- como Primo Levi, Tony Judt, Stefan Zweig, Josep Fontana, Eric Hobsbawm, Gregorio Morán, Richard Vinen, Joachim Fest, Victor Kemplerer, Marcel Reich Ranicki, Irene Nemirovsky, Sebastian Haffner, Michel del Castillo, Rosa Montero, Camus, Marc Nouschi, J onathan Glover, Timothy Snyder, Santos Juliá, Jordi Gracia, Ronald Fraser o Paul Preston, entre otros muchos, porque, estoy convencido, unos pocos libros serían suficientes para que alguno de los dirigentes políticos citados jamás hubiera alcanzado el poder. No estaría de más que cualquiera que pasara por la Universidad acabara su carrera con un cuaderno de campo en el que apuntara citas a tener en cuenta. Regalo una por si alguien se anima:

«(?) El fanatismo de los jóvenes tuvo a veces mucho que ver con su experiencia en la guerra. Para muchos huérfanos, el partido era una especie de sustituto de la familia. Al estalinismo juvenil se le asoció frecuentemente con la rebelión contra la generación anterior. El protagonista de La broma de Kundera se hace comunista en parte para contrariar a su engreída y burguesa tía, que se encargó de su educación después de que su padre muriera combatiendo contra los nazis. Curiosamente, las rebeliones más violentas provenían generalmente de hijos de comunistas, que por lo general no tenían más experiencia de la vida que la cosechada dentro del partido (especialmente cuando ambos padres eran sinceros seguidores); para ellos, la lealtad al comunismo podía ser más importante que la lealtad a la familia. Thomas Frejka, el hijo de uno de los acusados en el 'proceso Slansky', en Checoslovaquia, escribió lo siguiente a sus dieciséis años: 'Exijo que mi padre reciba la pena de muerte (?), y quiero que le lean esta carta". En Vinen, Richard (2000), Europa en fragmentos. Historia del viejo continente en el siglo XX. Península, Barcelona, pág. 496.

Nota: tomo prestado el título de un muy recomendable libro del historiador valenciano Justo Serna.