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Joaquín Rábago

Vino, vio y vendió

Lo que es bueno para América es bueno para el mundo", sentenció Trump en el alpino Davos

Ante una audiencia de altos ejecutivos y grandes egos que juegan año tras año a arreglar un mundo que el capitalismo desembridado que representan se ocupa mientras tanto de destruir, Donald Trump hizo lo que sin duda mejor sabe.

El inverosímil ocupante de la Casa Blanca vino, vio y vendió: vendió el país que ahora preside como esos curanderos que en las viejas películas del Oeste vendían crecepelos a los crédulos y de paso se vendió, como hace siempre, sobre todo a sí mismo. "Lo que es bueno para América es bueno para el mundo", sentenció Trump en el alpino Davos, igual que, de modo inverso, solía antes decirse que cuando estornudaba Estados Unidos, se resfriaba el resto del mundo.

Y, sin duda advertido por sus asesores de que estaba ante una audiencia cosmopolita y ante todo globalista, el presidente trató de relativizar el eslogan con el que ganó las elecciones explicando que ("America first": América primero) no quiere decir "América en solitario".

Incluso se permitió recomendar generosamente a otros gobernantes del planeta que sigan su ejemplo, es decir que antepongan los intereses de sus países a los ajenos, como si todos los países fuesen iguales y pudiesen permitírselo como hace EEUU.

Bastaba cambiar de canal tras escuchar su discurso y pasar de la CNN a Aljazeera, que ofrecía a los telespectadores un documental sobre el estado de Haití, uno de esos "agujeros de mierda" en palabras de Trump, para darse cuenta del profundo cinismo de sus palabras.

Pero en aquella montaña ya no mágica, sino de las vanidades, Trump estaba en su salsa, rodeado de directivos, muchos de ellos de grandes empresas alemanas como Bayer, Adidas o Siemens, a quienes había invitado a cenar la noche anterior para encandilarlos con sus recortes fiscales y animarlos a invertir más en su país.

Según cuentan testigos de la cena, como un maestro que reparte notas entre los alumnos, Trump quiso enterarse de lo que los empresarios europeos habían hecho o se proponían hacer en EEUU y, tras escuchar cada uno de sus planes, les lanzaba elogios como "fantástico", "excelente" o "grandioso".

Por cierto que el empresario que más felicitó a Trump por su "reforma fiscal", según dicen, fue el multimillonario presidente de Siemens, Joe Kaeser, el mismo que, poco después de la anexión rusa de Crimea, acudió a Moscú y congratuló al presidente ruso, Vladimir Putin, por los Juegos Olímpicos de ese país.

El mismo Kaeser que mientras se habla del cierre en Alemania de una fábrica de turbinas de gas de Siemens que da trabajo a toda una región, se preocupó en Davos de halagar los oídos de Trump anunciándole que su multinacional desarrollaría en EEUU las turbinas de "la próxima generación".

Tras escuchar su intervención en el Foro Económico Mundial, hay quien habla ya del nuevo Trump, transformado de fustigador de globalistas en "hombre de Davos", olvidando que es un mentiroso compulsivo, que odia a la prensa, desprecia a la ONU y no ha querido saber nada de la cumbre del clima de París ni de acuerdos de comercio ya firmados.

Un político que mientras se ufana de que desde que inició su mandato, Wall Street marca diariamente nuevos récords y se han creado en EEUU casi dos millones y medio de nuevos puestos de trabajo, nada dice de los 40 millones de norteamericanos que, según la ONU, siguen viviendo en la más extrema pobreza. Sin que se le erice por ello un solo pelo del tupé.

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