Siendo un niño me quedó grabada una de las apariciones de Jesús Hermida en el telediario -desde su corresponsalía en Estados Unidos, con aquel tic permanente que le llevaba a mover la cabeza para acomodar su característico flequillo- en la que anunciaba la desaparición de un diario neoyorquino que, con tan solo unos pocos meses de vida, había echado el cierre. El periódico en cuestión había llegado a los quioscos bautizado como «Buenas Noticias», toda una declaración de intenciones puesto que en cada una de sus páginas únicamente había cabida para reportajes y artículos que plasmaran bienestar y felicidad. Desconozco si actualmente los gustos de lectura de los americanos se mantienen por esos derroteros, pero sí he podido comprobar que por aquí, contrariamente a lo que puedan pensar algunos, se nos ilumina el rostro cada vez que podemos llenar nuestra portada con una sonrisa. Sin ir más lejos, ocurrió hace unos días, cuando descubrimos el precioso color en el rostro de Araceli, el bebé que sorteó el fatal destino que le aguardaba al llegar al mundo solo con 23 semanas de gestación, lo que dio pie a poner cara y enorgullecernos de ese equipo de pediatría del Hospital General de Alicante que dirige Javier González de Dios y de la sección de neonatos con la doctora Caridad Tapia al frente. Desgraciadamente, no todos los días podemos vestir nuestra portada así. Al contrario. Mal que nos pese, toca dar la vez y ceder el espacio a pájaros que hoy juran decir la verdad tras haber llenado su pasado con mentiras, que mentaban la amistad cuando en el fondo solo pretendían hablar de dinero, que se prestaron a todo para vivir como dios y que ahora abjuran de todo al intuir que no hay dios que les salve. No sé qué prefieren los americanos, pero a mí cada vez me gustan más las buenas noticias.
