Se podría pensar inocentemente que el índice bruto de chulería es inversamente proporcional a la edad del sujeto, por aquello de que cuando se es joven se tiende al envite por el envite y conforme uno va cumpliendo años se va apagando ese impulso vital a la incitación, a la par de muchas otras cosas. Aunque bien pensado, el chulo por excelencia es aquel que nace chulo, crece chulo y se muere chulo, al margen de los avatares y circunstancias que marquen su chulesca existencia.

Los tipos de chulos más representativos de la fauna española son los macarras, seguidos de los chulos de discotecas, de playa y de piscina. Posiblemente lo más detestable no sea el chulo profesional, sino aquel que sin serlo quiere parecerlo o simularlo. Lo que se demuestra de una forma patente y diáfana es que la chulería persigue como máxima pretensión el desencadenar la provocación del entorno.

Los provocadores por convicción, macarras, musculitos, soplapollas y demás horteras de la bravuconada, son el buque insignia de la provocación. Allí donde van montan el Cristo sin venir a cuento, con la esperanza de que el primer incauto que se les ponga delante sufra, in extremis, sus pendencias sin causa. Nos podemos topar con ellos en los sitios más insospechados, dado que frecuentan todo tipo de lugares a la busca y captura de sus víctimas. Una mirada, un gesto, una palabra, pueden ser el detonante para que te monten un pollo y se líen a guantazos.

Otro de los grupos peligrosos, sobre todo por su anonimato, son los provocadores en la sombra, los camuflados. Aprenden y cultivan la habilidad de lanzar sobre propios y extraños a sus secuaces, normalmente unos pobres de espíritu que pecan de imbéciles y que se lanzan sobre la presa al dictado de su amo. En la misma línea se encuentran los provocadores de guante blanco, que desarrollan estrategias muy sofisticadas para la incitación basadas en la dialéctica y la palabrería.

Finalmente, el grupo emergente que nace de las nuevas tecnologías son los provocadores virtuales, los que disfrutan del más completo y complejo de los anonimatos refugiados detrás de sus instrumentos de manipulación, los ordenadores, los teléfonos móviles, las tabletas y otros artilugios de la modernidad al uso.

De lo que no tenemos ninguna duda, es que la provocación es la antesala de la agresión, el universo donde los mediocres se mueven a sus anchas y los intelectuales se sienten en la mayor de las desventajas por carecer de instrumentos racionales para contrarrestar tamaña estupidez.