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Amiga, eres irrelevante

En la ecuación del horror que son los abusos sexuales, el factor de riesgo nunca somos las mujeres, sino los agresores

Da igual quién seas. No importa si tienes una larga y vaporosa melena de sirena o si llevas el pelo rapado al cero. No importa si hasta la fecha has tenido tres, cero o cuatrocientas setenta y cuatro parejas sexuales. Podrías ser la ramera suprema de Babilonia y no tendría relevancia alguna. Es intrascendente si te pones minifalda de leopardo, chándal, tacón, botines o zapatillas de deporte. Da igual lo sexy que seas o lo borracha que vayas, el camino que elijas para volver a casa o la hora a la que decidas hacerlo. Si eres la reina de la pista, flirteas hasta la extenuación o te has pasado la velada charlando en la barra. Tu identidad es lo de menos, porque la única causa que propicia que una mujer sea atacada es cruzarse con un agresor. En la ecuación del horror que son los abusos sexuales, tú (lectora, amiga, hermana) eres todas las mujeres. Una figura intercambiable por cualquiera de nosotras. El factor de riesgo jamás de los jamases será tu conducta, tu carácter o tus hábitos. El factor de riesgo nunca somos nosotras, sino los malnacidos que consideran nuestros cuerpos carcasas vacías de las que pueden disponer a su antojo. Y no es necesario que el sujeto en cuestión sea un psicópata ni un genio del mal. Basta con un hombre normal, gris, prosaico, pero convencido de que tiene derecho a imponer su fuerza, su odio y su terror sobre esos seres a los que considera desechables. En cualquier caso, existe un método 100% infalible para evitar una agresión. Es mucho más sencillo de lo que parece: basta con que los agresores no agredan. Ya sé que suena algo estrambótico, pero os aseguro que funciona. Eficacia comprobada. Si en vez de estar violando mujeres esos señores se quedaran en su casa viendo Alienígenas ancestrales o mejorando sus habilidades con la pintura al óleo, el volumen de ataques descendería como por arte de magia. Ya está, sin rutas seguras, ni clases de autodefensa ni espráis de pimienta. Supongo que es mucho pedir. Resulta más sencillo que la mitad de la población tengamos que vivir bajo la amenaza constante de no regresar a casa. Sintiendo que la calle y la noche no nos pertenecen, que el espacio público es una jungla repleta de peligros. Haciendo que nos sintamos valientes y heroicas cada vez que logramos entrar sanas y salvas en nuestro hogar. Lo de sentirnos libres es demasiado ambicioso. Y, claro, ya que la responsabilidad de mantenernos vivas recae únicamente en nosotras, en caso de desgracia el protocolo está claro: cuestionar nuestro carácter, los amigos que frecuentamos o las calles por las que elegimos caminar. Acusarnos de no habernos defendido lo suficiente o de no seguir esas indicaciones que se nos formulan en torno de advertencia velada: que te acompañe alguien al coche, lleva el móvil en la mano, no vuelvas sola. Culpabilizar a la víctima es una preciosa tradición ancestral, pero, aunque sea como experimento para 2018, sería interesante aplicar algún enfoque nuevo. Por ejemplo, tratar de construir una sociedad en la que las mujeres podamos disfrutar de las verbenas de nuestro pueblo sin que nos rapten, violen, asesinen y tiren nuestros cadáveres a un pozo. Yo qué sé, por probar algo distinto.

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