Las palabras son elementos vivos que conforman los idiomas. Nacen, se transforman y, en algunos casos, mueren. Hay distintas palabras que tienen el mismo significado como son los sinónimos y mismas palabras que pueden significar distinto según el contexto en el que se usen. Aunque, quien sentencia su «legalidad», en nuestro idioma sea la RAE, sin lugar a dudas, quien las hace nacer, cambiar y morir son los usuarios del idioma.

Este preámbulo sirva de introducción para el homenaje que con motivo del 35º Concurso de Charlatanes, que se celebra hoy domingo en el barrio de San Antón de Orihuela, desearía hacer con estas líneas, al que fue el primero de la Saga Ramonet y al que luego siguieron sus hijos, Paco, Ramón y Juan. Me refiero a Ramón Gabín Magina. Nacido en las postrimerías del siglo XIX en Cartagena (Murcia), se casó en Alicante con Águeda Martinez y con su primer hijo en pañales, emigraron en barco a la ciudad de Valencia donde se instalaron y donde nacerían sus dos siguientes hijos.Ramón recibe en Valencia el apelativo de Ramonet, que es el diminutivo de Ramón en valenciano. Allí se gana la vida vendiendo artículos a los marineros de los barcos que recalaban en el Grao valenciano, con una bandeja donde portaba y exponía sus artículos: maquinillas de afeitar, navajas, jabón, relojes, mecha de mecheros, peines, carteras, petacas para el tabaco, y algún que otro elemento para evitar contagios sexuales, etcétera.Según me conto mi abuelo Ramón, un buen día vio a un vendedor de su competencia subido a un cajón vociferando y explicando los artículos que pretendía vender y lo hacía con bastante éxito. Ramonet no tardo en asimilar la técnica, la puso en marcha y la mejoró, de tal forma que reinventó el oficio de lo que él llamó, «subastador». En aquel momento el denominativo «charlatán» nunca estuvo en su diccionario, para definir su oficio y trabajo.Aunque por subastar entendamos que es una forma de optar por un producto o artículo ofreciendo entre varios ofertantes, una determinada cantidad, al alza o a la baja, lo que consideramos como puja, lo cierto que, mejor o peor definido, ésta era la palabra que para Ramonet mejor definía su trabajo. Tenía su explicación, ya que en la exposición del artículo, cuando el vendedor pone el precio, reiteradamente lo va bajando, hasta hacerlo irresistible. Las pujas sucesivas las realiza el propio vendedor, en este caso el subastador.

Fue en los años 50, 60 y 70, según vivencia del que subscribe, cuando el producto estrella, más vendido por él y por sus hijos eran las mantas. En un impresionante esfuerzo de innovación en la logística y economía de escala se llega a prácticamente todos los rincones de España. Inventaron lo que ahora denominamos el Low Cost. El precio y la calidad de las mantas que Ramonet vendía eran insuperables.

Los medios de comunicación empiezan a interesarse por la figura de Ramonet: Jose María Íñigo en TVE, Chicho Ibáñez en «Un, dos tres»; RNE, «De Costa a Costa» con Luis del Olmo; periódicos, revistas, radio y televisión. Son sus hijos quienes toman el relevo allá por los años sesenta. Posiblemente porque resultaba más mediático, al Subastador le sustituyó el Charlatán, que todo el mundo admitió y vino para quedarse.

Valga esta resumida historia para homenajear a quien fue el primero de la saga Ramonet, por su innovación, por su valentía en utilizar nuevos métodos, por su constancia y sobre todo por el trabajo duro que significaba diariamente madrugar, hacer innumerables kilómetros, llegar a sitios desconocidos, por los días que fueron fracasos, por las penurias de dónde alojarse, por el frío y por el calor de la calle, por la incomprensión , por la simpatía que transmitieron y por los ratos que hicieron felices a mucha gente con su discurso. Ramonet se convirtió en un icono.