Creo que ya en alguna ocasión he contado que el título de esta columna se lo debo a mi amiga Carlota. En noviembre de 2004, concretamente el Día Internacional contra la Violencia sobre las Mujeres, recibí la llamada del entonces director del diario «Información», Juan R. Gil, para proponerme colaborar en la sección de opinión de este diario, presente en mi casa desde que tengo memoria. Acordamos que la columna, pequeñita, trataría siempre sobre igualdad de mujeres y hombres. Había que buscarle un nombre y, cuando se lo conté a Carlota, dio en el clavo: «hora de levantarse», que ya estaba bien de aguantar todo lo que injustamente estábamos soportando las mujeres y teníamos que decirlo. Y así, con esa «marca» y su enorme significado, comencé a publicar todos los domingos, hasta ahora, esta pequeña columna de opinión. Poco podía imaginar entonces la emergencia del movimiento «MeToo» en Estados Unidos y que iba a dar lugar a la creación de una fundación para que las mujeres tuvieran asistencia legal en sus denuncias por sufrir acoso sexual. ¿Saben cómo se llama esa fundación? Time´s Up Now. Hora de levantarse ahora. Casi lloré. Bueno, lloré. De la emoción, claro. Hace tiempo que es hora de que las mujeres nos levantemos masivamente.

Hay muchas formas de levantarse y ninguna de las protagonizadas por mujeres ha sido violenta, por más que nos digan que somos, en ocasiones, agresivas. Nos podemos levantar mediante nuestros pequeños o grandes actos cotidianos de rebeldía y, sobre todo, contando lo que nos ha pasado o nos pasa individualmente porque es la forma de comprobar que no estamos solas, que es experiencia de muchas, de casi todas, por no decir de todas. Hay quienes no pueden soportar que lo contemos, que es la condición imprescindible para que nos levantemos. La gran Audre Lorde (si no saben quién es aconsejo que acudan a internet), en su libro «Black Unicorn» (1978), publicó una poesía bellísima titulada «Letanía de la supervivencia». En su fragmento final dice así: «y cuando hablamos/ tememos que nuestras palabras no sean escuchadas/ ni bienvenidas,/ pero cuando callamos/ seguimos teniendo miedo./ Por eso, es mejor hablar /recordando/ que no se esperaban que sobreviviéramos».

Y cuando nosotras hablamos, desde nuestra diversidad, con ese lenguaje universal que se hace grito unánime, escuchamos el mensaje de que la generalización es una exageración o el consabido «no todos los hombres hacemos eso». Pues claro que no, faltaría más. Pero eso no excusa para criticar, ahogar o moderar nuestro grito, sino razón para unirse al mismo, para denunciar a aquellos que viven instalados en el privilegio de una masculinidad normativa. Es hora de levantarse, sí. Para nosotras, desde hace siglos. Pero también para vosotros. No contra nosotras, sino a nuestro lado. ¿Todavía no lo habéis entendido?