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Crónicas precarias

No hace falta que leáis esto

¿Quién iba a suponer que la gente que huye de un conflicto bélico necesitaría un entorno apropiado para no acabar pereciendo? Fíjate tú, una nunca acaba de aprender

Siguiendo el espíritu de servicio público que me caracteriza, os informo de que esta columna no aborda ningún asunto importante para vuestras vidas. Podéis dejar de leer tranquilamente y poneros a rellenar sudokus, regar las plantas o preparar croquetas. A todo el mundo le gustan las croquetas. De hecho, si alguna vez me mandáis una fiambrera con croquetas os estaré muy agradecida. Total, que yo esta semana lo que quiero es comentar un hallazgo que a nivel científico supone una revolución, pero, en realidad, es intrascendente para nuestra existencia cotidiana. Al lío: al parecer, se ha descubierto que los refugiados no son inmunes a las condiciones de vida extremas e indignas. Tal cual os lo cuento. De hecho, si les obligas a soportar el desplome de los termómetros sin contar con las infraestructuras adecuadas, se acaban muriendo de frío. Muy fuerte, ¿eh? Así lo están denunciando las oenegés desplazadas a Grecia y los Balcanes. Vuelco en la ciencia occidental, los especialistas están en shock.

¿Quién iba a suponer que la gente que huye de un conflicto bélico necesitaría un entorno apropiado para no acabar pereciendo? Fíjate tú, una nunca acaba de aprender. De momento, ACNUR tiene ya contabilizados cinco fallecimientos a causa de las bajas temperatura en los campos de refugiados. No por graves enfermedades o secuelas de la guerra, no, por frío. En 2018. En Europa. La cifra puede aumentar en cualquier momento, pues varios médicos destinados a estas zonas alertan de los numerosos pacientes con síntomas de congelación a los que están atendiendo. Ahora resulta que no es muy beneficioso para la salud dormir durante meses en una tienda de campaña endeble mientras fuera se acumulan las capas de nieve y el mercurio ni atisba los cero grados.

Y eso si hablamos de quienes han conseguido llegar a tierra firme. La situación de los que intentan cruzar el Mediterráneo -esa fosa común en la que chapoteamos alegremente en verano- es todavía más salvaje. La ONG Proactiva Open Arms, dedicada a labores de salvamento marítimo, se ha pasado las últimas semanas rescatando a personas con hipotermia cuyas embarcaciones habían naufragado o quedado a la deriva durante la peligrosísima travesía a Europa. Mientras, las instituciones de nuestro amado continente siguen de crucero por los fiordos de Babia.

Dicen que la comedia es tragedia más tiempo. En algunos casos sucede así, pero, en otros, la ecuación se transforma y la suma de tragedia y tiempo se traduce en hastío, aburrimiento, indiferencia o pereza. La empatía se ha vuelto fast food emocional, un sentimiento de consumo rápido. A ese sirio de ojos tristes ya lo tengo muy visto, ¿no hay alguna desgracia nueva en África? Todo el mundo sabe que los niños negros dan muy bien en cámara.

Los encargados de redactar los libros de texto para ESO y Bachillerato ya deben de estar preparando las páginas dedicadas a esta agonía. Porque recorrer el siglo XXI sin ir acumulando injusticias y vergüenzas no sería propio del ser humano. Morir de frío a las puertas de Europa. En unos años, alguien escribirá una novela al respecto y todos nos deshidrataremos leyéndola. Conmovedora, número uno en ventas, críticas fabulosas. Después se realizará la pertinente adaptación cinematográfica y también llenaremos los cines de lagrimones. Así somos, nos encanta poder llorar con un buen drama.

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