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Ánxel Vence

Tabarnia, Sealand y otras naciones

Los numerosos precedentes del territorio que Albert Boadella preside en el exilio

Un grupo de ciudadanos bienhumorados acaba de proclamar el nuevo Estado (o lo que sea) de Tabarnia, que nacería de la secesión de la parte más urbana de Cataluña bajo la presidencia en el exilio del dramaturgo Albert Boadella. Si bien original, la idea tiene numerosos precedentes en el concierto de las naciones imaginarias. El proyecto suena, un suponer, a los Hermanos Marx, que allá por los años treinta del pasado siglo inventaron la República de Libertonia en su celebrada película "Sopa de Ganso". Presidía aquel país de fábula Rufus T. Firefly, personaje interpretado por Groucho, que exponía así su actualísimo programa de gobierno: "No permitiré injusticias, pero si se pilla a alguien practicando la corrupción sin que yo reciba una comisión, ordenaré que lo fusilen". Fuera de las pantallas abundan también las naciones de tan escaso tamaño como firme voluntad de existir, aunque en general no las reconozca Estado alguno. El caso más notable pudiera ser el de Sealand, diminuto Principado que fundó hace medio siglo el británico Roy Bates sobre una antigua plataforma marítima de la Royal Navy. Bates y su hijo, el actual príncipe en ejercicio Michael, defendieron su patria de apenas 550 metros cuadrados frente a la Royal Navy; fueron apresados por la Armada inglesa y, finalmente, un tribunal británico los dejó en libertad al entender que el microestado en litigio estaba en aguas internacionales. No se trata del único caso, naturalmente. Baldonia Exterior, por ejemplo, es una isla de Nueva Escocia que se declaró Principado independiente entre 1949 y 1973. Entre sus singularidades destaca la de haberle declarado la guerra a la Unión Soviética (sin consecuencias, por fortuna) y una Constitución gravemente discriminatoria que prohibía la residencia de mujeres en su territorio. Quizá para compensar ese agravio, en la República Checa nació el Reino del Otro Mundo: un matriarcado radical en el que las mujeres gobiernan despóticamente. De hecho, la que quiera sentar plaza de ciudadanía en esta micronación deberá acreditar que posee al menos un varón en régimen de esclavitud. Sin ir tan lejos, en tierras de Galicia se proclamó hace 83 años la República Federal de la Illa de Arousa, cuando un grupo de patriotas de esta isla pontevedresa decidió que había llegado la ocasión de romper lazos con el continente. La independencia, acordada en una taberna al calor del albariño, duró apenas unas horas; pero ya se sabe que lo bueno, si breve, vale el doble. De la comarca de Arousa era precisamente Julio Camba, escritor levemente anarquista que se comprometió a crear una nación en Getafe sin más que un presupuesto de un millón de pesetas y quince años para organizar el nuevo Estado. Su plan consistía en observar si había más rubios que morenos o más morenos que rubios para establecer el rasgo prevalente de la futura nacionalidad. Luego construiría un idioma con los modismos locales para darle al getafeño -o getafense- el rango de lengua oficial. Y, ale hop, ya estaba constituida la nación con todos sus atributos. Más o menos eso es lo que han hecho ahora los promotores de la no tan novedosa Tabarnia. Quizá pretendan demostrar, como Camba, que todas las naciones -micro o macro- no dejan de ser en su esencia una invención, es decir: un hallazgo. Y que acaso no convenga tomárselas demasiado en serio, por lo que pueda pasar.

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