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Que le den a la galantería

Definamos galantería: según la enciclopedia, es el gesto amable de origen cortesano expresado, por lo general, por un hombre hacia una mujer. Abrir y sujetar la puerta para que la acompañante pase, ofrecer el brazo a la que camina con tacones, llenarle la copa de vino a ella, e incluso encargar el postre sin consultarle con un guiño cautivador, pedir y pagar el taxi para los dos, y salir corriendo para volver a abrir la puerta€ en ese plan. Por lo visto, las puertas juegan un papel importante en el arcano de la galantería, aunque no las de los consejos de administración. No vayamos a confundir galantería con que el dueño de la empresa elija para la vacante a la aspirante mejor preparada aunque tenga hijos, ni con que el directivo reparta contigo el plus que cobra de más sin motivo, ni con que la mitad de los premios y de las presidencias recaigan en mujeres. La galantería no supone que tu marido se interesará al punto de la mañana por quién recogerá a los niños después de la extraescolar, ni recordará que se han acabado los macarrones, ni se ofrecerá para llevar a la niña al cumpleaños el sábado por la tarde. La galantería es otra cosa, mucho más, no sé€ etérea, más una actitud halagadora. La galantería se sirve en su dosis justa y ha de ser necesariamente apreciada por su destinataria. Si tú, joven estudiante, confundes la galantería del catedrático que te ha citado en su despacho al anochecer con algo diferente; si tú, actriz en ciernes, no disfrutas del juego de seducción al que te está sometiendo el productor ricachón que te ha citado en su suite al anochecer, es que ambas tenéis un problema. Se llama feminismo. O peor, puritanismo. No sabéis apreciar la caballerosidad.

Cien artistas e intelectuales francesas han lanzado un manifiesto? contra el movimiento desatado en Norteamérica contra el acoso sexual, el famoso MeToo que denuncia agresiones sexuales de toda índole sufridas por mujeres en el cine o la moda, y de paso en todos los ámbitos de la vida. Se trata de hacer visible que el machismo ha gobernado durante décadas el destino de muchas artistas, obligadas a pasar por el aro. Hablamos de violaciones, de carreras fulminadas misteriosamente, de adolescentes rotas en el lado oscuro de la farándula, pero se trata en definitiva de lo que toda mujer traga a lo largo de su vida como si no existiese alternativa al silencio. Pues bien, la hay. Contra ese sentimiento creciente e imparable de poder femenino han contestado las cien francesas, porque no hay acción sin su reacción. Su argumento principal contra la denuncia masiva del abuso que sufren las mujeres a manos de los hombres, traducido en abusos de toda índole, se basa en la amenaza que MeToo supone hacia la galantería, un bien superior que hay que proteger. La seducción corre peligro por culpa del feminismo. Mujeres que confunden que un hombre les ceda el asiento en el autobús con que un hombre les obligue a hacerles una felación so pena de perder el trabajo. Mujeres que no diferencian una invitación a cenar de un manoseo en el cuarto de la fotocopiadora. Mujeres que no son capaces de ver como un caballero a Roman Polanski, condenado por drogar y violar a una niña y evadido de la justicia, y que no puede ser un depredador porque hizo esa película tan buena, Un Dios Salvaje. Desde el respeto que puede merecer la opinión de cualquier mujer, incluida Catherine Deneuve, firmante del manifiesto galo, me da mucha vergüenza ver cómo algunas venden a sus congé- neres y se arriman a los poderosos incluso en sus horas bajas. Que le den a la galantería. Entre su galantería y mi integridad, me quedo con lo segundo. Y la puerta, ya me la abro y me la cierro yo.

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