Esos de los 60-70 (siglo XX) que obedecíamos a nuestros padres por respeto y ahora nos toca obedecer a nuestros hijos adolescentes por narices. La generación que tuvo que buscarse la vida sin contratos, sin masters, sin seguros y que tiene, ahora, que pedir por favor que se confíe en su experiencia y que, al menos, se les tenga en cuenta. La generación que hizo deporte a su costa y con esfuerzo (recuerdo que cuando llovía perdíamos el recreo del cole para barrer la pista de balonmano y poder entrenar después) y la que hoy apunta desesperadamente a los niños en todo, a ver si algo les gusta a los «señoritos». Esa generación que ahora ve cómo debe actualizarse técnicamente por las dentelladas que vienen desde abajo y que desprecian lo antiguo que es lo de hace 15 o 20 años. Esa a la que se le insulta en el mundo laboral jubilándoles a los 53 que es cuando más pueden aportar por experiencia y conocimiento. Esa a la que se le planta un tipo en su despacho recién salido de la Universidad y le dice que tiene tres masters y que él no está para hacer fotocopias, poner cafés, ni cobrar una miseria.

Esa que siempre comprende a los jóvenes y se entristece cuando ven cómo y quiénes los manipulan con facilidad pensando que nosotros a esa edad, aún manipulables, teníamos más criterio. Puede que no fuera así, pero los recuerdo incluso más libres que hoy, menos vigilados, aunque no teníamos el poder. No era una sociedad niñocéntrica o adolescéntrica todavía y los jóvenes, que tenían razón, como siempre ha sido, se guardaban esa razón si era conveniente hacerlo. Antes de nosotros, nuestros padres tuvieron que vivir en una dictadura donde ser joven era, prácticamente, ser culpable. Y hoy vemos cómo no serlo te convierte por lo menos en inútil y retrógrado cuando no en facha impenitente.

Sin embargo, claro que hay gente que admira a sus padres, que tiene sentido común, que sabe que sin esfuerzo no se consigue nada y que encauza su joven vida con método y esfuerzo. Ellos llevarán el testigo que se les entregue y tendrán que lidiar con ese legado y con la crítica que sus hijos les pongan delante cada día diciéndoles cómo se tienen que hacer las cosas, y lo equivocados que están.

Tendrán que volver a hacer magia y pagar impuestos, gastos, estudios, coche, ocio, etcétera, a sus vástagos, esperando con fe que tengan suerte y consigan vivir mejor y así progresar de verdad. Es así, en positivo, como se convierte paso a paso la realidad, así es como se mejora tu entorno, tu empresa, tu ciudad, el mundo. Así ha sido desde el Calcolítico y así, con la suma del esfuerzo de todos, se convierte el futuro en una realidad mejor.

Nadie vale más o menos ni por su edad, ni por su condición, ni por su sexo o ideología, lo importante es lo que cada uno lleva dentro.