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Joaquín Rábago

Una sociedad que no ha dejado atrás el racismo

Ya sabemos - en realidad lo sabíamos desde hacía mucho- el respeto que le merecen a Donald Trump los países habitados por gentes de color oscuro: "agujeros de mierda", según sus palabras.

El republicano por conveniencia no quiere más inmigración de ésa, sino que quienes entren sean rubios, aunque sea con tupé, y a ser posible de ojos azules, como la mayoría de los escandinavos.

Explican algunos que Trump sabe lo que dice y que si suelta cada vez que le apetece esos exabruptos racistas es porque sabe que conecta así con una parte importante del electorado.

Sí, muchos de quienes le han votado y le seguirán siendo fieles son racistas por mucho que, al igual que Trump, celebren hipócritamente el día de Martin Luther King o invoquen - " God bless America"- el nombre de Dios en vano.

Pero en el caso del personaje que nos ocupa, de casta le viene al galgo: sabemos que antes que él lo fue también su padre, condenado en su día por discriminar a los negros que querían a alquilar algún apartamento de su propiedad.

La sociedad estadounidense - o al menos una parte importante- no ha logrado desprenderse de su vicio de origen: un racismo ejercido primero contra la población indígena, masacrada sin piedad aunque Hollywood se preocupase de ocultárnoslo, y luego contra los negros importados de África por los europeos.

Sabemos que los primeros presidentes de Estados Unidos fueron esclavistas, aunque algunos criticaran al mismo tiempo la institución, como lo eran también muchos ilustrados europeos del llamado Siglo de las Luces.

El filósofo inglés John Locke, considerado padre del liberalismo clásico y cuyo pensamiento se refleja en la propia Declaración de Independencia de Estados Unidos, tenía participaciones en la Royal African Company, una de las grandes sociedades esclavistas británicas.

E incluso más de un siglo más tarde, a mediados del XIX, el cónsul, explorador y orientalista británico Richard Francis Burton se permitía escribir cosas como ésta: "Investigar al negro es investigar los procesos mentales del hombre primitivo".

En su libro "Del lugar del negro en la naturaleza", Burton destacaba el enorme foso "moral y físico" que separa al negro de la raza blanca y definía al africano "como un salvaje detenido en la primera fase de su desarrollo".

"Parece pertenecer a una de esas razas infantiles que nunca lograrán elevarse al rango de humanidad", escribía aquel gran racista.

A juzgar por las cosas que dice, y suele decir lo primero que piensa, Trump no parece haber aprendido nada. Ni él ni esos millones de compatriotas que todavía le apoyan.

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