De algo ha debido de servir el discurso machacón de que València no nos quiere. Hay cargos públicos del cap i casal que pasan más tiempo en Alicante que los propios del lugar. Que el presidente de la Diputación, verbigracia, César Sánchez, que en los grandes acontecimientos resulta que siempre tiene un pleno en Calp.
Ximo Puig, sin ir más lejos. No hay semana que el presidente no se deje caer por Alicante. A veces, más que Sánchez. Recuerdo los tiempos en que en las redacciones se conocía sobradamente a los consellers. Ahora cuesta ponerles caras en Alicante a Gabriela Bravo (Justicia), Carmen Montón (Sanidad), María José Salvador (Vivienda) o Elena Cebrián (Agricultura). Incluso la vicepresidenta, Mónica Oltra, se ha hecho menos visible del Mascarat hacia abajo. Puig es todos ellos en esta provincia.
No es mala estrategia. Después de todo, su cara va a ser la que aparezca en los carteles, y de esa omnipresencia va a depender mucho el próximo resultado electoral. Puig está en todas partes, lo mismo en un acto en Elche que en el arranque de curso de la EUIPO. Ha logrado obtener más visibilidad que compañeros de gabinete que pasan más horas que él en la provincia, que Manuel Alcaraz o que Rafael Climent, los alicantinos de este Consell que han optado por repartirse el trabajo entre norte y sur.
La estrategia ya tiene seguidores. El presidente de la patronal valenciana CEV, Salvador Navarro, demonizado por parte del empresariado alicantino por representar a esa València que todo lo acapara, se dio una vuelta por Fitur y aprovechó su paso por la feria para difundir una imagen suya de esas que a un tipo con vista no se le escapan: junto al alcalde de Alicante y la Bellea del Foc.
Por algo se empieza.
