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Igualdad entre las bestias

La portavoz adjunta de Ciudadanos en el Congreso de los Diputados, Melisa Rodríguez, ha sido vapuleada sin piedad en las redes sociales por una respuesta realmente desafortunada. Melisa Rodríguez quiso eludir en una entrevista periodística su posición sobre el feminismo y contestó: "yo creo en la igualdad de las personas reales, mujeres, hombres y seres - Por eso presentamos el proyecto de ley para que los perros sean personas". Bueno, sinceramente da un poco de grima, pero es lo que ocurre cuando uno se pone a hablar de lo que no tiene ni idea ni -probablemente - le ha preocupado jamás. Y es la suya una reacción sintomática de lo que ocurre con cargos públicos relevantes de Ciudadanos en los últimos meses: la preocupación por mantener cierta indefinición ideológica. En sus inicios Ciudadanos se definía programáticamente como una fuerza socialdemócrata; más tarde, con la consolidación de su posición electoral y la incorporación de Luis Garicano y otras valiosas personalidades intelectuales pasaron a definirse como liberal progresistas y ahora mismo prometen un país libre, sano y próspero desde una niebla doctrinal cada vez más densa. La diputada Rodríguez huyó del feminismo para caer sobre un caniche. Cualquier ciudadano con una mínima sensibilidad democrática debería admitir como propios los principios básicos del feminismo con tanta fuerza como se rechaza cualquier postulado racista, por ejemplo. Pero no en este país, por supuesto. Para la mitad de este país el feminismo es una ordinariez vocinglera de mujeres encolerizadas por sospechosas razones y para la otra la excusa para políticas de género que deberían incluir (santa transversalidad) desde la comercialización de yogures hasta el código de circulación.

En una de las mejores novelas de ciencia ficción de todos los tiempos, Ciudad, de Clifford D. Simak, el lector puede asistir al primer centenario del último asesinato en el planeta tierra. Varios siglos más tarde unos amigos recuerdan con terror que en el pasado los seres humanos derribaban árboles para conseguir madera. "¿A qué venía esa bestialidad? ¿Te das cuenta? ¡Árboles! ¡Arrancaban árboles!". Los animalistas suelen repasar estas fantasías con emoción y, en efecto, hablan de los derechos de los animales como el nuevo y luminoso horizonte normativo de las sociedades desarrolladas. Pero los animales no tienen derechos por la misma razón por la que no tienen deberes: porque carecen de cualquier sentido moral y son máquinas meramente instintivas. Somos nosotros los que podemos conceder derechos a los animales. Incluso se puede plantear si tenemos derecho a no concederles derechos. A mi juicio es más que dudoso que podamos eliminar toda concepción instrumental de los animales, aunque se asumieran los costos - en la vida cotidiana y en la economía colectiva - de abolir los usos experimentales de las pobres bestias o de la producción industrial de lácteos, carne y huevos. Para demasiadas personas el animalismo, como el ecologismo, funciona como una suerte de placebo moral: se está contra el maltrato animal, torciendo el gesto ante los perros abandonados durante las vacaciones, pero sin renunciar al consumo de chuletas o el uso de cosméticos o medicamentos que han sido testados en los ojos de cobayas o en la piel de monos enjaulados. Tampoco deberíamos asombrarnos aquellos que adoran a sus mascotas y son estrictamente veganos pero nos arrancarían la cabeza si fuera posible o mandarían a construir campos de exterminio como Adolf Hitler, abstemio, vegetariano y amante de los animales. Como lloró cuando tuvo que matar a su perro antes de suicidarse en el bunker de la Cancillería de Berlín.

El chucho que tengo en casa me observa atentamente mientras acabo el artículo. Intuyo que me tiene cierta estima, pero me conoce lo suficiente para esconderse bajo la mesa en determinadas circunstancias. Unas virtudes - el realismo, la prudencia, la huida de cualquier dramatismo - que deberían suscribir los animalistas y los que intentan legislar sobre esta materia en las Cortes o en los parlamentos autonómicos.

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