La caída de la casa Usher ( The Fall of the House of Usher) es un cuento de terror, escrito por el norteamericano Edgar Allan Poe en 1839. El relato encierra la quintaesencia de las historias góticas: una casa encantada, un paisaje inquietante, enfermedades misteriosas y personalidades desdobladas. Sin embargo, en este caso, gran parte de la carga del terror que emana del cuento se debe a su ambigüedad. No hay indicadores que nos sitúen en un marco espacio temporal pues, en lugar de los marcadores narrativos tradicionales, Poe usa elementos góticos como un clima inmisericorde y un entorno baldío.

El argumento del cuento, en síntesis, nos presenta a un narrador, que no se identifica, acercándose a la casa Usher en un día oscuro y gris. La casa es la mansión familiar de su amigo de la infancia, Roderick Usher, un personaje tétrico y misterioso. El narrador se da cuenta de como la casa parece haberse impregnado de la atmósfera decadente y enfermiza de los árboles mustios y los turbios estanques que la rodean. Aunque su estructura parece bastante sólida, la mansión da la impresión de estar desintegrándose y una grieta, que arranca del suelo frente a ella, la recorre hasta el tejado.

El narrador ha acudido a la casa porque su amigo Roderick le ha enviado una misiva urgiendo su presencia. En la carta, Roderick le explica que se encuentra física y emocionalmente enfermo. Cuando llega, puede comprobar que el interior de la casa es tan sobrecogedor como su exterior, y no menos que los hechos que posteriormente se suceden, pasando por el entierro de la hermana cataléptica de Roderick, Madeline, que sale de la tumba días después de su inhumación, hasta el colapso total de la mansión en muy extrañas circunstancias.

Sea como fuere, estas historias de góticas edificaciones que cobran vida propia, o que colapsan entre crujidos, lamentos y sórdidos acontecimientos, a los ilicitanos no nos dan miedo. Estamos curados de espantos. Nosotros sí que tenemos historias de edificios que harían temblar al más osado. Valgan, como ejemplo, tres que alcanzan la categoría de lo sobrenatural, o del poltergeist, para los germanófilos: el Mercado Central, el hotel de Arenales y, el más reciente de todos, el edificio de Riegos El Progreso.

El Mercado Central se ha convertido en un clásico que ha empequeñecido a la mismísima casa Usher. Hoy en día, cuando alguien, en cualquier parte del orbe, quiere referirse a una historia enrevesada, de un edificio que cobra vida propia y sobre el que se cuentan todo tipo de historias de ultratumba, siempre alude a nuestra antigua plaza de abastos. En esta construcción, exponente, según algunos, del racionalismo arquitectónico (¡Ay, si Le Corbusier levantara la cabeza!) no sólo se han enterrado baños árabes, tumbas islámicas y objetos varios que las excavadoras de diferentes épocas han ido arrasando, sino también la credibilidad de los que dicen una cosa en la oposición y la contraria cuando gobiernan, algo harto frecuente en todos los partidos políticos, por desgracia.

Aunque, puestos a exponer el arquetipo de un edificio gótico, éste sería, qué duda cabe, el hotel de Arenales. Desde su apertura, en 1963, hasta su cierre, en 1979, el hotel fue un hito para la pedanía ilicitana. Pero desde esa fecha hasta la actualidad, las diferentes vicisitudes que ha sufrido, especialmente las legales, derivadas de la aprobación de la Ley de Costas en 1988, lo han convertido en la ruina que ahora tenemos en primera línea de nuestra playa más emblemática. Ni siquiera su infructuoso intento de remodelación, aprovechando una modificación de esa ley en el año 2013, más permisiva con las edificaciones construidas antes del establecimiento del deslinde que la propia ley exigía, ha conseguido revertir esa situación; más bien al contrario, el edificio se encuentra en una situación tal que el Ayuntamiento lo único a lo que aspira a estas alturas, es a su demolición. Aunque quizás la intención de los más góticos dentro del equipo de gobierno fuera ésa desde el principio.

Ahora bien, el asunto del edificio de Riegos El Progreso, más que gótico es kafkiano. Al menos la frustración que a muchos nos ha originado la forma en que se han desarrollado los acontecimientos entorno a este asunto es digna de El Castillo, la gran obra inconclusa del escritor austrohúngaro Franz Kafka, en la que el protagonista K. choca con la burocracia que le impide acceder al castillo cuyos propietarios le han contratado para trabajar como agrimensor.

¿Cómo explicar si no es desde un punto de vista kafkiano la surrealista situación? Uno de los pocos edificios con cierta historia y valor arquitectónico que quedan en esa zona del centro de Elche, tras la aberración cometida con el que ahora alberga una cadena de ropa. Una licencia de obra concedida, con arreglo a la ley, pero sin mucha reflexión previa. Una orden de paralización in extremis, con parte del edificio ya desmantelado; un apuntalamiento con nocturnidad y provocando el caos circulatorio.

Acusaciones cruzadas entre el Ayuntamiento y la Conselleria (cuando gobiernan los mismos partidos en las dos administraciones). En fin, ya que desde la Concejalía de Cultura no se nos ha dado una explicación razonable de todo este desaguisado, al menos la Concejalía de Turismo podría iniciar una campaña como la de Valeria, o la de la hormiguita del Museo Arqueológico Nacional. Podría llamarse «Visite Elche y sus edificios góticos».