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Se necesitan psiquiatras

Cuando el separatismo se estrella contra el ordenamiento jurídico que se asienta en la Constitución

Suele decirse que el nacionalismo-separatismo es un sentimiento, una especie de comunión enfermiza con la tierra y sus gentes, y que, por ello, se sitúa al margen de las leyes porque éstas no alcanzan al ámbito espiritual. Sin embargo, sí sus acciones cuando los sentimientos se derraman al exterior y se desmadran más allá de las normas de convivencia que los amparan. Es el momento en que se estrellan contra el ordenamiento jurídico que se asienta en la Constitución. Y ese fue el reciente caso de Oriol Junqueras que reconoció ante el juez que es un hombre de paz, puro sentimiento, pero en ningún momento afirmó acatar la Constitución, actitud que esconde una más que probable intención de reincidencia. Por eso continúa en presidio. Así las cosas, el sentimiento, como se ve, llega a ser tan ciego, que su irreflexión puede conducir a sus oficiantes y fieles a engañarse, hasta el extremo de despreciar la ruptura social que causan y el cataclismo económico que provocan. Les importa poco lo que sacrifiquen con tal de que triunfe el sentimiento, caso de algunos catalanes en el desvarío, y ofrecen soluciones de psiquiátrico más que de una comunidad de discrepantes en convivencia bajo el amparo la ley. Algunos a los que el artículo 155 llevó a la cárcel están de regreso de su aventura, porque la reclusión, el aislamiento, los convirtió al constitucionalismo y aceptan que no hay otro camino que el de la ley. Así, pues, aunque el sendero va a ser largo, parece que el drama ha cedido en su virulencia, el miedo guarda la viña, y ya solamente queda la comedia del prófugo que instaló su carpa en Bruselas y ejerce desde allí de clown, jaleado por algunos irredentos, desde donde pretende la bufonada de tomar posesión plasmática, una fórmula desconocida en el mundo democrático, cercana al esperpento y muy poco emparentada con el sentido común. A Puigdemont, y a quienes lo jalean desde dentro y desde fuera, el sentimiento, ese motor que motiva al independentismo, lo ha situado en la demencia, ese estado del espíritu que exige la ayuda urgente de la psiquiatría. El caso es grave y apremia esa intervención para evitar que el desvarío se convierta en avería irreversible. Pero como el caso no es exclusivo del expresidente-pretendiente, además de mantener el 155 vigente, si procede, convendría desplazar a un regimiento no de soldados, que no es el caso. Más bien de psiquiatras, porque los sentimientos no se controlan a cañonazos sino con el tratamiento sereno que indican los manuales para la situación. Por ahora lo indicado es una intensa terapia personal para concluir con la de grupo bajo el imperio de la ley. Todo cuanto ocurre en Cataluña, incubado, desarrollado y perpetrado por algunos catalanes visionarios, no ha conseguido el fin de la independencia, sino que es un trágala ilegal que ha suscitado el bochorno y la vergüenza de muchos catalanes, más de la mitad, de la inmensa mayoría de los españoles y la perplejidad en Europa ante este asalto a la legalidad constitucional desde la nada. No era el cimiento más sólido para su propósito, porque esos mismos salteadores de la ley, grave pecado original, no podrían convencer a sus potenciales administrados de que no harían con ellos y sus nuevas leyes lo mismo que ellos hicieron con el resto de los españoles y las normas comunes que conculcaron. De todos modos, si una vez constituido el Parlamento y elegido el Gobierno volvieran al viejo sendero, está la Constitución con el 155 como reconductora de la situación y las cárceles abiertas para los sentimentales reincidentes. Creo que el pasado reciente deja suficientes medidas y ejemplos disuasorios como para que algunos de los audaces voceros corran el riesgo de que le caiga encima la ley que, curiosa paradoja, han venido vulnerando ante millones de testigos. No obstante, me parece que estamos al final de un capítulo que tal vez volverá a repetirse dentro de otras dos o tres generaciones. Pero la nueva rebeldía, si ocurriera, que puede que no, ya no la liderarían los catalanes de diez apellidos y los hijos de andaluces, castellanos, extremeños, asturianos, etc., sino los descendientes de los iraníes, congoleños, paquistaníes, kenianos, marroquíes, argelinos€, que ya están en puertas. Pero ya será otra historia que no viviremos quienes ahora padecemos este aberrante, desdichado y tenso episodio de encarcelados, fugitivos, violadores de leyes, saboteadores de la convivencia, terroristas económicos, corruptos del tres por ciento€

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