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«Oye... ¿Y tú quién eres?»

En septiembre de 1997 me presenté en la puerta de la Diputación, con una mezcla de miedo y timidez, para cubrir, por vez primera, un pleno de la institución provincial. Era un mandato muy interesante. El PP había conseguido dar el vuelco para situar a Julio de España como presidente con una mayoría clara frente a una oposición socialista que se desangraba en sus luchas internas y dos diputados de EU que generaban mucho ruído pero a los que, en la práctica, se les hacía poco caso. Yo era un periodista recién salido de la facultad, sin experiencia -apenas unos meses de prácticas- y desconocido para todos los diputados de aquel hemiciclo. En la primera fila de la bancada que ocupaba el PP -en el mejor sitio para verlo todo, ni al principio pero tampoco al final- se sentaba un señor ya entrado en los sesenta que, según me enteré luego, se llamaba Antonio Alonso y era alcalde de Almoradí. Cuando acabó la sesión, intenté presentarme a algunos de los diputados. Con Antonio todo fue al revés. «Oye... ¿Y tú quién eres?», me dijo en medio del pasillo en ese acento tan característico de la Vega Baja y con esa extraordinaria habilidad que tenía para las relaciones personales adornadas con extraordinarias conversaciones. Me cogió del brazo con amabilidad y, como adivinarán, no me soltó hasta que no le respondí con detalle a lo que me había preguntado. Con el paso del tiempo -sólo estuvo dos años más en la Diputación hasta 1999- descubrí a un político con una visión privilegiada. Ni intervenía en los plenos ni tampoco tenía competencias de gestión. No le hacía falta. Conocía al detalle todo lo que se movía en el Palacio Provincial y además era capaz de analizarlo con sentido, argumentos y criterio propio. Pero, por encima de su innegable capacidad política, tuve el enorme privilegio de conocer a una buena persona. Una gran persona. Descanse en paz.

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