Gracias a la morfina que te ha suministrado el doctor Ángel Pascual Megías estás dormido. Tu apariencia es apacible. No notas que cada vez te cuesta más respirar este aire alicantino del que llevas disfrutando desde hace siete décadas. Dice que padeces un epitelioma de pulmón.

Hace ya un rato que ha amanecido este viernes 5 de febrero de 1954, pero la claridad solar solo entra por la rendija que hay entre las gruesas cortinas corridas delante de la ventana. A través de ella parece estar escudriñando el interior de la estancia un cernícalo oscuro que se ha posado en el alféizar.

Tu espíritu inmortal se dispone a despedirse del cuerpo caduco. Antes de partir hacia la eternidad, probablemente recorrerá esas calles y barrios por los que tanto te gustaba pasear, y que tan bien describiste en los artículos que publicabas en periódicos y revistas. Recorrer por última vez esas callecitas que suben atropelladamente por las laderas del castillo, exhalando cada una viejos aromas, adormecidas en un sueño de molicies levantinas. Y descender hasta el arrabal asomado al mar por entre las casas que forman «callejuelas revueltas, recovecos y encrucijadas; parándose y haciendo corro en el remanso de una plazuela, en torno de una fuente; precipitándose después por arroyos escalonados y recuestos angostos». Y dejarse acariciar por «ese viento apacible, que llega de la mar, inundando todo el barrio de salobres y cálidos olores. A todo el barrio, tan de la tierra, tan del mar».

En una de esas calles naciste a las once y media de la noche del 21 de diciembre de 1883. Fuiste bautizado como Eduardo Pedro Tomás Irles Garrigós.

Desde niño te aficionaste a la poesía. Siendo joven, ganaste varios certámenes literarios y empezaste a colaborar con «Diario de Alicante», pero la muerte de tu padre te impuso la necesidad de mantener económicamente a tu madre y a tus hermanas Dolores y Pepita. Pocos días antes de cumplir 29 años, el alcalde Federico Soto te nombró su secretario particular, con sueldo de 1.500 pesetas anuales. Un puesto del que fuiste cesado un año más tarde, tras tomar posesión de la alcaldía Ramón Campos.

Dos meses después empezaste a cobrar cuatro pesetas diarias como escribiente interino del Archivo Municipal. Al cabo de tres años ganaste las oposiciones de auxiliar de archivo, pasando a cobrar 1.750 pesetas anuales, bajo las órdenes de Francisco Poveda Antón.

Por entonces ya residías con tu madre y hermanas en el entresuelo de Bazán 113. Con vosotros vivió una larga temporada tu amigo Valery Larbaud. Tenía dos años más que tú, era hijo del dueño de las fuentes del agua mineral Vichy, y le conociste poco después de que llegase a Alicante, en septiembre de 1916, a través del doctor Higinio Formigós. Se hospedaba en el hotel Samper, pero le convenciste para que, con la anuencia de tu madre y hermanas, ocupase una habitación del piso familiar. Te encantaba conversar en francés con aquel elegante escritor, con quien mantuviste correspondencia tras su regreso a Francia.

Entre 1917 y 1920 fuiste miembro de la logia Constante Alona, y entre 1921 y 1927 de la logia Numancia, con el nombre simbólico de Chenier. Entre medias falleció tu madre, el 11 de febrero de 1920.

En 1925 iniciaste en «Diario de Alicante» la publicación de tus artículos sobre Alicante con el título genérico de «Evocaciones». Estampas magistrales de tu querida ciudad.

El 14 de diciembre de 1928 murió tu hermana Dolores en el segundo piso de Bazán 113, quedándoos solos Pepita y tú.

Con la categoría de oficial primero, fuiste destinado en septiembre de 1931 al negociado municipal de Estadística y luego a la secretaría general, pero en julio de 1934 regresaste a tu querido archivo. Dos años más tarde, tras la jubilación de Poveda, recibiste en propiedad el nombramiento de archivero municipal, con sueldo de 6.000 pesetas anuales.

En septiembre de 1935 reanudaste la publicación de tus amenas «Evocaciones» en un semanario dedicado a las Hogueras, esas fiestas que tanto amaste y disfrutaste. En junio del año siguiente, primorosamente dirigida por ti, se empezó a publicar «Festa», la primera de las revistas oficiales fogueriles, patrocinada por el Ayuntamiento y la Comisión Gestora.

Pero enseguida comenzó la guerra, cercenando proyectos, fiestas y vidas. Como republicano, el 20 de octubre de 1936 firmaste un manifiesto en pro de la «Asociación de Amigos de la Unión Soviética», un gesto comprometido y valiente que tantas penalidades te acarrearía al cabo de pocos años, por culpa de un destino vestido con camisa azul.

Porque el 1 de mayo de 1939, finalizada la guerra, el Ayuntamiento franquista presidido por Ambrosio Luciáñez Riesco te suspendió de empleo y sueldo. Y el penúltimo día de aquel año, el pleno municipal acordó destituirte con pérdida de todos tus derechos, salvo los de carácter pasivo. Sin embargo, no se te concedió la pensión de jubilación.

Pero lo peor estaba por llegar, ya que fuiste detenido y enjuiciado en Madrid por el Tribunal de Represión de la Masonería y el Comunismo. La sentencia que te condenaba a 12 años y un día de reclusión menor fue conmutada enseguida por otra de tres años, si bien tu privación de libertad no duró mucho, puesto que el 5 de septiembre de 1940 ya estabas de vuelta junto con tu hermana Pepita, en el piso que ocupabais entonces, en la segunda planta de García Morato 49.

Ibas a cumplir 57 años y tu salud estaba bastante delicada: sufrías inflamación de la aorta y empezabas a sentir cómo disminuía la visión de tus ojos, debido a un proceso de origen sifilítico. Porque eras soltero, pero no casto. Menos mal que los condes de Torrellano te permitieron seguir ocupándote de su biblioteca particular, labor que venías realizando desde unos años, percibiendo los mismos honorarios que tenías en el Ayuntamiento.

El 30 de noviembre de 1944 te fue concedida, por fin, la jubilación municipal de 3.300 pesetas anuales. Pero la tristeza volvió a invadirte pocos meses después, al morir tu hermana Pepita el 3 de julio siguiente.

Acudiste a los amigos para combatir la soledad. Tenías muchos, y célebres: Emilio Varela, Gabriel Miró, Óscar Esplá, Rafael Altamira? Germán Bernácer alivió tus apuros económicos prestándote dinero y ayudándote para que cobrases los honorarios de tus obras, retenidos por la Sociedad de Autores, como «Evocaciones de Navidad», estrenada en el Teatro Principal el 18 de enero de 1945.

Muchos domingos y festivos visitabas en su chalé de Carolinas Altas al doctor Ángel Pascual Devesa, el padre del médico que vela ahora tu agonía. Allí te reunías con otros amigos, hasta que el anfitrión falleció el 19 de junio de 1950.

Fue en ese mismo año de 1950 cuando te contrataron como bibliotecario del Casino. Y en mayo del año siguiente empezaste a convivir con un matrimonio joven que se instaló en tu casa. No tenían hijos; él era panadero y ella limpiaba y cocinaba. Pero la alegría de estar acompañado no duró mucho. El matrimonio saqueó cuanto pudo y tú les echaste, para volver a tu soledad. Una soledad ahora deseada.

Seguiste escribiendo, paseando, visitando a tus amigos, pero la salud quebrantada fue empeorando a pasos agigantados. El frío invadía tu cuerpo y torturaba tus huesos incluso en los meses de estío. Hasta que el cáncer de piel se apoderó de tus pulmones y empezó a matarte.

Hoy es el día, el triste día de tu despedida definitiva de esta tierra que tanto quieres. ¿Serás correspondido? ¿Añorará tu ciudad amada al hombre que vio nacer hace 70 años? Expira en silencio este hombre que ha sido escritor, poeta, historiador, archivero, comediógrafo, mientras que el xoriguer continúa en el alféizar de la ventana, observando con curiosidad el interior de la casa a través de las cortinas. No es un cuervo, es un cernícalo, y tú no fuiste padre, pero ambos parecéis evocar ese poemita tuyo tan deliciosamente corto y melancólico: «Silensi. El pare ha mort. / El vent s'ha detengut / en la porta del hort. / Per damunt de la casa / vola l'ombra d'un corb».

En 1980, el Instituto de Estudios Alicantinos editó una biografía de Eduardo Irles Garrigós, escrita por Vicente Ramos.

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