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Lorena Gil López

A contracorriente

L. Gil López

Dos hombres y un destino

Ando todavía estupefacta ante la actitud de dos personajes que en principio poco tienen en común más allá de la palabra presidente, uno en activo y otro cesado: Donald Trump y Carles Puigdemont. El primero sigue con su verborrea habitual y en el Despacho Oval, lugar en el que ha de tomar decisiones que luego afectan a la humanidad, mal que nos pese, ha cargado contra los inmigrantes de Haití, El Salvador y los países africanos, que osan llegar al país donde los sueños se hacen realidad. «¿Por qué dejamos que todas estas personas de países de mierda vengan aquí?», ha escupido por su boca Trump ante un estupefacto grupo de congresistas. Y ha dado un paso más en la comparativa de ciudadanos de tercera y cuarta y ha situado a los de Noruega como ejemplo de personas a las que sí abriría con agrado las puertas de su reino.

Uff, qué mal rollo para los noruegos. Y menos mal que no la ha liado del todo y no ha citado a Cataluña. De ser así, ya me veía a Puigdemont cogiendo el primer vuelo que sale de Bruselas hacia EE UU, a vivir el gran sueño americano, ya que la fantasía independentista se le va cayendo sin remisión como un castillo de naipes.

Y es que la desbandada en el equipo independentista va sumando adeptos cada día que pasa y la quimera de Cataluña como país está más cerca ya de una película de ciencia ficción, de estas que hacen los americanos. Forcadell, Forn, los Jordis,... los soberanistas van saltando del barco porque piensan que es mejor estar en el mar, que alguien les salvará o les tirará un flotador, que permanecer en el buque y acabar hundidos en el fondo, cual Titánic.

Así que Trump y Puigdemont podrían interpretar una nueva versión de «Starsky y Hutch», aunque les veo más como a Paul Newman y Robert Redford en «Dos hombres y un destino». Y ya saben cómo acabó.

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